Page 703 - El Señor de los Anillos
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las entrañas de la colina.
      Llegó el día y el sol pajizo parpadeó sobre las crestas inánimes de Ered Lithui.
      Entonces,  de  improviso,  resonó  el  grito  de  bronce  de  las  trompetas:  llamaban
      desde las torres; y de muy lejos, desde las fortalezas y avanzadas ocultas en las
      montañas, llegaban las respuestas; y más distantes aún, remotos pero profundos y
      siniestros, resonaban a través de las tierras cavernosas los ecos de los cuernos
      poderosos y los tambores de Barad-dûr. Un nuevo y tenebroso día de temor y
      penurias había amanecido para Mordor; los centinelas nocturnos eran llevados de
      vuelta a las mazmorras y cámaras subterráneas, y los guardias diurnos, malignos
      y feroces, venían a ocupar sus puestos. El acero relumbraba débilmente en los
      muros.
        —¡Y bien, henos aquí! —dijo Sam—. He aquí la Puerta, y tengo la impresión
      de que no podremos ir más lejos. A fe mía, creo que el Tío tendría un par de
      cosas que decir, ¡si me viera aquí ahora! Decía siempre que yo terminaría mal,
      si no me cuidaba, eso decía. Pero ahora no creo que lo vuelva a ver, nunca más.
      Se  perderá  la  oportunidad  de  decirme  Yo  te  lo  decía,  Sam:  tanto  peor.  Ojalá
      siguiera diciéndolo hasta que perdiera el aliento, si al menos pudiera ver otra vez
      esa  cara  arrugada.  Pero  antes  tendría  que  lavarme,  pues  si  no  no  me
      reconocería.
        » Supongo que es inútil preguntar "A dónde vamos ahora". No podemos seguir
      adelante… a menos que pidamos a los orcos que nos den una mano.
        —¡No,  no!  —dijo  Gollum—.  Es  inútil.  No  podemos  seguir.  Ya  lo  dijo
      Sméagol. Dijo: iremos hasta la Puerta, y entonces veremos. Y ahora vemos. Oh
      sí, mi tesoro, ahora vemos. Sméagol sabía que los hobbits no podían tomar este
      camino. Oh sí, Sméagol sabía.
        —Entonces ¿por qué rayos nos trajiste aquí? —prorrumpió Sam, que no se
      sentía de humor como para ser justo y razonable.
        —El amo lo dijo. El amo dijo: Llévanos hasta la Puerta. Y el buen Sméagol
      hace lo que el amo dice. El amo lo dijo, el amo sabio.
        —Es verdad —dijo Frodo, con expresión dura y tensa, pero resuelta. Estaba
      sucio, ojeroso y deshecho de cansancio, mas ya no se encorvaba, y tenía una
      mirada límpida—. Lo dije porque tengo la intención de entrar en Mordor y no
      conozco otro camino. Por consiguiente iré por ese camino. No le pido a nadie que
      me acompañe.
        —¡No, no, amo! —gimió Gollum, acariciando a Frodo con sus manazas, y al
      parecer  muy  afligido—.  Por  este  lado  es  inútil.  ¡Inútil!  ¡No  le  lleves  a  Él  el
      Tesoro! Nos comerá a todos, si lo tiene, se comerá a todo el mundo. Consérvalo,
      buen amo, y sé bueno con Sméagol. No permitas que Él lo tenga. O vete lejos de
      aquí,  ve  a  sitios  agradables,  y  devuélvelo  al  pequeño  Sméagol.  Sí,  sí,  amo:
      devuélvelo  ¿eh?  Sméagol  lo  guardará  en  un  sitio  seguro;  hará  mucho  bien,
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