Page 706 - El Señor de los Anillos
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luego  de  acampar  por  la  noche  delante  de  la  Puerta,  ahora  entraban  en  la
      fortaleza  para  engrosar  aquel  creciente  poderío.  Como  si  de  súbito  tomara
      conciencia cabal del peligro que corrían, solos, a la creciente luz de la mañana,
      tan al alcance de esa inmensa amenaza, Frodo se cubrió prestamente la cabeza
      con el frágil capuchón, y descendió al valle. Luego se volvió a Gollum.
        —Sméagol —le dijo—. Confiaré en ti una vez más. Se diría en verdad que he
      de hacerlo, y que es mi destino recibir ayuda de ti cuando menos la busco, y el
      tuyo ayudarme a mí, a quien tanto tiempo perseguiste con designios perversos.
      Hasta ahora has merecido mi confianza, y has mantenido fielmente tu promesa.
      Fielmente, digo y creo —agregó mirando a Sam de soslayo—, pues dos veces
      nos  tuviste  a  tu  merced  y  no  nos  hiciste  daño  alguno.  Tampoco  has  intentado
      quitarme lo que antes codiciabas. ¡Ojalá esta tercera prueba sea la mejor! Pero
      te lo advierto, Sméagol, estás en peligro.
        —¡Sí, sí, amo! —dijo Gollum—. ¡Un peligro terrible! Los huesos de Sméagol
      tiemblan al pensarlo, pero él no huye. Él tiene que ayudar al buen amo.
        —No me refería al peligro que todos compartimos —dijo Frodo. Hablo de un
      peligro que sólo tú corres. Juraste cumplir una promesa por eso que llamas el
      Tesoro. ¡Recuérdalo! Te obligará a cumplirla, pero tratará de volverla contra ti
      para destruirte. Ya ha empezado a volverla contra ti. Tú mismo te delataste hace
      un  momento  por  atolondrado.  Devuélveselo  a  Sméagol,  dijiste.  ¡No  lo  digas
      nunca  más!  ¡No  dejes  que  ese  pensamiento  crezca  en  ti!  Nunca  podrás
      recuperarlo. Pero la codicia que sientes por él puede traicionarte y arrastrarte a
      la desgracia. Nunca podrás recuperarlo. Como último recurso, Sméagol, yo me
      pondré el Tesoro; y el Tesoro te dominó hace mucho tiempo. Si entonces yo te
      diese  una  orden,  tendrías  que  obedecerla,  aunque  dijera  que  saltaras  al  fuego
      desde un precipicio y ésa sería mi orden. ¡Así que ten cuidado, Sméagol!
        Sam le lanzó a Frodo una mirada de aprobación, pero a la vez de sorpresa:
      había algo en la expresión del rostro y en el tono de la voz de Frodo que él nunca
      había conocido antes. Siempre había pensado que la bondad del querido señor
      Frodo  era  tal  que  entrañaba  una  considerable  dosis  de  ceguera.  Por  supuesto,
      siempre había sostenido a pie juntillas la creencia incompatible de que el señor
      Frodo era la persona más sabia del mundo (con la posible excepción del anciano
      señor Bilbo y Gandalf). Gollum a su modo (y con muchas más disculpas, pues su
      relación con Frodo era tanto más reciente) debía de haber cometido el mismo
      error,  confundiendo  bondad  con  ceguera.  En  todo  caso,  este  discurso  lo  había
      apabullado y aterrorizado. Se arrastraba por el suelo y era incapaz de pronunciar
      palabras más inteligibles que buen amo.
        Frodo esperó pacientemente, y luego volvió a hablar, en tono menos severo.
        —A  ver,  Gollum,  o  Sméagol  si  prefieres,  háblame  de  ese  otro  camino,  y
      muéstrame qué esperanzas podemos poner en él, y si justifican que me desvíe
      del rumbo elegido. Tengo prisa.
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