Page 705 - El Señor de los Anillos
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« Tesoro» . De que hubiera realmente otro camino a Mordor, Sam no estaba
seguro.
« Y es una suerte que ninguna de las mitades de este viejo bribón conozca las
intenciones del amo, se dijo. Si supiera que el señor Frodo se propone acabar de
una vez por todas con el Tesoro, apuesto a que muy pronto se armaría la gorda.
Como quiera que sea, el viejo Adulón le tiene tanto miedo al enemigo (y está o
estuvo de algún modo bajo sus órdenes) que preferiría entregarnos a Él a que lo
atrapen ayudándonos, y a que fundan el Tesoro, quizás. Esta es mi opinión, por lo
menos. Y espero que el amo lo piense con cuidado. Es tan sagaz como
cualquiera, pero tiene un corazón demasiado tierno, eso es lo que pasa. ¡Y lo que
vaya a hacer ahora está más allá del entendimiento de un Gamyi!»
Frodo no le respondió a Gollum en seguida. Mientras estas dudas pasaban por
el cerebro lento pero perspicaz de Sam, había estado mirando los acantilados
oscuros que flanqueaban el Cirith Gorgor. La hoya en que se habían refugiado
estaba excavada en el flanco de una loma, un poco por encima de un largo valle
atrincherado que se abría entre la colina y las estribaciones de la montaña. En el
centro del valle se alzaban los cimientos negros de la torre de atalaya occidental.
Ahora, a la luz de la mañana podían verse claramente los caminos que
convergían hacia la Puerta de Mordor, pálidos y polvorientos: uno serpenteaba en
dirección al norte; otro se perdía en el este entre las nieblas que flotaban en las
faldas de Ered Lithui; el tercero venía hacia ellos. Luego de describir una curva
brusca alrededor de la torre, se internaba en una garganta angosta y pasaba no
muy lejos de la hondonada.
A la derecha giraba hacia el oeste, bordeando las estribaciones montañosas, y
hacia el sur desaparecía en las sombras que envolvían las laderas occidentales de
Ephel Dúath; más allá de donde alcanzaba la vista, se internaba en la estrecha
lengua de tierra que corría entre las montañas y el Río Grande.
Mientras miraba en esa dirección, Frodo advirtió que había mucho
movimiento y agitación en la llanura. Se hubiera dicho que ejércitos enteros
estaban en marcha, aunque ocultos en parte por los vahos y humaredas que el
viento traía a la deriva desde las ciénagas y desiertos lejanos. No obstante,
vislumbraba aquí y allá el centelleo de las lanzas y los yelmos; y por los
terraplenes vecinos a las carreteras se veían jinetes que cabalgaban en
compañías numerosas. Recordó la visión que había tenido en lo alto del Amon
Hen, hacía apenas unos días, aunque ahora le parecieran años. Y supo entonces
que la esperanza que en un raro momento le había encendido el corazón era
vana. Las trompetas no habían tronado en son de desafío sino de bienvenida. No
era éste un ataque al Señor Oscuro organizado por los Hombres de Gondor que
como espectros vengadores habían salido de las tumbas de los héroes
desaparecidas hacía tiempo. Estos eran hombres de otra raza, venidos de las
vastas comarcas del este, que acudían al llamado del Soberano; ejércitos que