Page 711 - El Señor de los Anillos
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allí, bajo el peso del destino, silenciosos e inmóviles, envueltos en los delgados
mantos grises. Acaso se habría detenido un instante a examinar a Gollum, una
figura minúscula, inerte contra el suelo: quizás eso que allí yacía era el esqueleto
enflaquecido de un niño humano, las ropas en harapos aún adheridas al cuerpo,
los brazos y piernas largos y blancos y resecos como huesos; de carne, ni un
mísero bocado.
Frodo tenía la cabeza inclinada y apoyada sobre las rodillas, pero Sam,
recostado de espaldas, con las manos detrás de la cabeza, contemplaba por
debajo del capuchón el cielo desierto. O por lo menos estuvo desierto un rato. De
pronto creyó ver la forma oscura de un pájaro que revoloteaba en círculos, se
cernía sobre ellos y se alejaba otra vez. Otras dos la siguieron y luego una cuarta.
A simple vista, parecían muy pequeños, pero algo le decía a Sam que eran
enormes, de alas inmensas y que volaban a gran altura. Se tapó los ojos e inclinó
el cuerpo hacia adelante, acurrucándose. Sentía el mismo temor premonitorio
que había conocido en presencia de los Jinetes Negros, aquel horror irremediable
que llegara con el grito en el viento y la sombra sobre la luna, aunque ahora no
era tan aplastante y compulsivo: la amenaza parecía más remota. Pero era una
amenaza. También Frodo la sintió, e interrumpió sus meditaciones. Se movió y se
estremeció, pero no levantó la cabeza. Gollum se enroscó sobre sí mismo como
una araña acorralada. Las figuras aladas giraron y en rápido descenso partieron
como flechas rumbo a Mordor.
—Los jinetes andan otra vez por aquí, en el aire —dijo Sam en un ronco
murmullo—. Yo los vi. ¿Cree que ellos nos hayan visto? Volaban muy alto. Y si
son Jinetes Negros, los mismos de antes, no ven mucho a la luz del día ¿verdad?
—No, tal vez no —respondió Frodo—. Pero los corceles podían ver.
Y estas criaturas aladas en que ahora cabalgan tienen la vista más aguda que
cualquiera otra. Son como grandes aves de rapiña. Algo andan buscando: el
enemigo está en guardia, me temo.
El sentimiento de terror pasó, pero el silencio que los envolvía se había roto.
Durante un tiempo habían estado aislados del mundo, como en una isla invisible;
ahora estaban de nuevo al desnudo, el peligro había retornado. Pero Frodo seguía
sin hablarle a Gollum, y aún no se había decidido. Tenía los ojos cerrados, como
si soñara, o se escudriñase interiormente el corazón y la memoria. Por fin se
movió, se puso de pie y pareció que iba a hablar y decidir:
—¡Escuchad! —dijo en cambio—. ¿Qué es esto?
Un nuevo temor cayó sobre ellos. Oyeron cantos y gritos roncos. Al principio
parecían lejanos, pero se acercaban hacia ellos. A los tres les asaltó la idea de
que las Alas Negras los habían descubierto y habían enviado hombres armados a
capturarlos; nada era nunca demasiado rápido para aquellos terribles servidores
de Sauron. Se acurrucaron, escuchando. Las voces y el ruido metálico de las