Page 716 - El Señor de los Anillos
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                  Hierbas aromáticas y guiso de conejo
      Descansaron durante las pocas horas de luz que aún quedaban, corriéndose a
      medida que el sol se movía, hasta que la sombra de la cresta del valle se alargó
      por  fin,  y  el  hueco  todo  se  pobló  de  oscuridad.  Entonces  comieron  un  poco  y
      bebieron  unos  sorbos.  Gollum  no  quiso  comer,  pero  aceptó  el  agua  de  buena
      gana.
        —Pronto  conseguiremos  más  —dijo,  lamiéndose  los  labios—.  Corre  agua
      buena por los arroyos que van al Río Grande, hay agua sabrosa en las tierras a
      donde vamos.  Allí  Sméagol  también conseguirá comida,  tal  vez.  Tiene mucha
      hambre, sí, ¡gollum! —Se llevó las manazas al vientre encogido, y una débil luz
      verde le animó los ojos.
      La oscuridad era profunda cuando por fin se pusieron en marcha, deslizándose
      por  encima  de  la  pared  del  valle,  y  desvaneciéndose  como  fantasmas  en  las
      tierras accidentadas que se extendían más allá del camino. Era la tercera noche
      de plenilunio, pero la luna no asomó por encima de las montañas hasta pasada la
      medianoche,  y  en  esas  primeras  horas  la  oscuridad  era  casi  impenetrable.
      Excepto una luz roja encendida en lo alto de las Torres de los Dientes, no se veía
      ni oía ningún otro indicio de la insomne vigilancia mantenida sobre el Morannon.
        Durante  muchas  millas,  mientras  huían  tropezando  a  través  de  un  campo
      yermo  y  pedregoso,  tuvieron  la  impresión  de  que  el  ojo  rojo  no  dejaba  de
      observarlos.  No  se  atrevían  a  marchar  por  el  camino,  pero  procuraban  no
      alejarse de él, siguiendo sus sinuosidades por la izquierda lo mejor que podían.
      Por fin, cuando la noche envejecía y el cansancio empezaba a vencerlos, pues
      sólo habían hecho un breve alto, el ojo se empequeñeció, fue una menuda punta
      de fuego y desapareció al fin: habían bordeado el oscuro rellano septentrional de
      las montañas más bajas y ahora iban hacia el sur.
        Con  el  corazón  extrañamente  aligerado  volvieron  a  descansar,  mas  no  por
      mucho  tiempo.  Gollum  opinaba  que  la  marcha  era  demasiado  lenta.  Según  él
      había casi treinta leguas desde el Morannon hasta la encrucijada en lo alto del
      Osgiliath, y esperaba que cubrieran esa distancia en cuatro etapas. De modo que
      pronto reanudaron la penosa caminata, hasta que el alba se extendió lentamente
      en la vasta soledad gris. Para ese entonces habían recorrido ya casi ocho leguas,
      y los hobbits no podían ir más allá aun cuando se hubiesen atrevido.
      La  luz  creciente  les  descubrió  una  región  ya  menos  yerma  y  estragada.  A  la
      izquierda, las montañas se erguían aún amenazantes, pero ya alcanzaban a ver el
      camino  del  sur,  que  ahora  se  alejaba  de  las  raíces  negras  de  las  colinas  y
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