Page 721 - El Señor de los Anillos
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En el suelo junto a él había dos conejos pequeños que Gollum empezaba a mirar
con ojos ávidos.
—Sméagol siempre ayuda —dijo—. Ha traído conejos, buenos conejos. Pero
el amo se ha dormido, y quizá Sam también quiera dormir. ¿No quiere conejos
ahora? Sméagol trata de ayudar, pero no puede atrapar todas las cosas en un
minuto.
Sam, sin embargo, no tenía nada que decir contra los conejos. Al menos
contra el conejo cocido. Todos los hobbits, por supuesto, saben cocinar, pues
aprenden ese arte antes que las primeras letras (que muchos no aprenden
jamás); pero Sam era un buen cocinero, aun desde un punto de vista hobbit, y a
menudo se había ocupado de la cocina de campamento durante el viaje, cada
vez que le era posible. No había perdido aún las esperanzas de utilizar los enseres
que llevaba en el equipaje: un yesquero, dos cazuelas pequeñas —la menor
entraba en la más grande—, en ellas guardaba una cuchara de madera, y
algunas broquetas; y escondido en el fondo del equipaje, en una caja de madera
chata, un tesoro que mermaba irremediablemente, un poco de sal. Pero
necesitaba un fuego y también otras cosas. Reflexionó un momento, mientras
sacaba el cuchillo, lo limpiaba y afilaba, y empezaba a aderezar los conejos. No
iba a dejar a Frodo solo y dormido ni un segundo más.
—A ver, Gollum —dijo—, tengo otra tarea para ti. ¡Llena de agua estas
cazuelas y tráemelas de vuelta!
—Sméagol irá a buscar el agua, sí —dijo Gollum—. Pero ¿para qué quiere el
hobbit tanta agua? Ha bebido y se ha lavado.
—No te preocupes por eso —dijo Sam—. Si no lo adivinas, no tardarás en
descubrirlo. Y cuanto más pronto busques el agua, más pronto lo sabrás. No se te
ocurra estropear una de mis cazuelas, o te haré picadillo.
Durante la ausencia de Gollum, Sam volvió a mirar a Frodo. Dormía aún
apaciblemente, pero esta vez Sam descubrió sorprendido la flacura del rostro y
de las manos. « ¡Qué delgado está, qué consumido!» , murmuró. « Eso no es
bueno para un hobbit. Si consigo guisar estos conejos, lo despertaré.»
Amontonó en el suelo los helechos más secos, y luego trepó por la cuesta
juntando una brazada de leña seca en la cima; la rama caída de un cedro le
procuró una buena provisión. Arrancó algunos trozos de turba al pie de la loma un
poco más allá del helechal, cavó en el suelo un hoyo poco profundo y depositó
allí el combustible. Acostumbrado a valerse de la yesca y el pedernal, pronto
logró encender una pequeña hoguera. No despedía casi humo, pero esparcía una
dulce fragancia. Acababa de inclinarse sobre el fuego, para abrigarlo con el
cuerpo mientras lo alimentaba con leña más consistente, cuando Gollum regresó,
transportando con precaución las cazuelas y mascullando.
Las dejó en el suelo, y entonces, de súbito vio lo que Sam estaba haciendo.
Dejó escapar un grito sibilante, y pareció a la vez atemorizado y furioso.