Page 724 - El Señor de los Anillos
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—¡Huuii, Gollum! —llamó Sam y silbó suavemente—. ¡Ven aquí! Aún estás
a tiempo de cambiar de idea. Si quieres probar el guiso de conejo, todavía queda
un poco. —No obtuvo respuesta.
—Oh bueno, supongo que habrá ido a buscarse algo. Lo terminaremos.
—Y luego tendrás que dormir un rato —dijo Frodo.
—No se duerma usted, mientras yo hecho un sueño, señor Frodo. Sméagol no
me inspira mucha confianza. Todavía queda en él mucho del Bribón, el Gollum
malvado, si usted me entiende, y parece estar cobrando fuerzas otra vez. Si no
me equivoco, ahora trataría de estrangularme primero a mí. No vemos las cosas
de la misma manera, y él no está nada contento con Sam. Oh no, mi tesoro, nada
contento.
Terminaron de comer y Sam bajó hasta el arroyo a lavar los cacharros. Al
incorporarse, volvió la cabeza y miró hacia la pendiente. Vio entonces que el sol
se elevaba por encima de los vapores, la niebla o la sombra oscura (no sabía a
ciencia cierta qué era aquello) que se extendía siempre hacia el este, y que los
rayos dorados bañaban los árboles y los claros de alrededor. De pronto descubrió
una fina espiral de humo gris azulado, claramente visible a la luz del sol, que
subía desde un matorral próximo. Comprendió con un sobresalto que era el humo
de la pequeña hoguera, que no había tenido la precaución de apagar.
—¡No es posible! ¡Nunca imaginé que pudiera hacer tanto humo! —
murmuró, mientras subía de prisa. De pronto se detuvo a escuchar. ¿Era un
silbido lo que había creído oír? ¿O era el grito de algún pájaro extraño? Si era un
silbido, no venía de donde estaba Frodo. Y ahora volvía a escucharlo, ¡esta vez en
otra dirección! Sam echó a correr cuesta arriba.
Descubrió que una rama pequeña, al quemarse hasta el extremo, había
encendido una mata de helechos junto a la hoguera, y el helecho había
contagiado el fuego a la turba que ahora ardía sin llama. Pisoteó vivamente los
rescoldos hasta apagarlos, desparramó las cenizas y echó la turba en el agujero.
Luego se deslizó hasta donde estaba Frodo.
—¿Oyó usted un silbido y algo que parecía una respuesta? —le preguntó—.
Hace unos minutos. Espero que no haya sido más que el grito de un pájaro, pero
no sonaba del todo como eso: más como si alguien imitara el grito de un pájaro,
pensé. Y me temo que mi fuego haya estado humeando. Si por mi causa hubiera
problemas, no me lo perdonaré jamás. ¡Ni tampoco tendré la oportunidad,
probablemente!
—¡Calla! —dijo Frodo en un susurro—. Me pareció oír voces.
Los hobbits cerraron los pequeños bultos, se los echaron al hombro prontos
para una posible huida, y se hundieron en lo más profundo de la cama de
helechos. Allí se acurrucaron, aguzando el oído.
No había duda alguna respecto de las voces. Hablaban en tono bajo y furtivo,