Page 720 - El Señor de los Anillos
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se  sentía  tan  inclinado  como  su  amo  a  no  preocuparse  por  el  problema  hasta
      después  de  haber  llevado  a  cabo  la  misión;  y  de  todos  modos  consideraba
      prudente  economizar  el  pan  de  viaje  de  los  elfos  para  días  más  aciagos.  Al
      menos seis habían pasado desde que viera que les quedaban provisiones sólo para
      tres semanas.
        « Tendremos suerte» , pensó « si, al paso que vamos, llegamos al Fuego en
      ese tiempo. Y tal vez querremos regresar. ¡Tal vez!» .
        Además,  al  cabo  de  una  larga  noche  de  marcha,  y  después  de  haberse
      bañado y bebido, sentía más hambre que nunca. Una cena, o un desayuno, junto
      al  fuego  en  la  vieja  cocina  en  Bolsón  de  Tirada,  eso  era  lo  que  añoraba  en
      realidad.  Se  le  ocurrió  una  idea  y  se  volvió  a  Gollum.  Gollum  acababa  de
      escabullirse y se deslizaba a cuatro patas por la cama de helechos.
        —¡Eh! ¡Gollum! —dijo Sam. ¿A dónde vas? ¿De caza? A ver, a ver, viejo
      fisgón,  a  ti  no  te  gusta  nuestra  comida,  y  tampoco  a  mí  me  desagradaría  un
      cambio. Tu  nuevo  lema  es  siempre  dispuesto  a  ayudar.  ¿Podrías  encontrar  un
      bocado para un hobbit hambriento?
        —Sí, tal vez, sí —dijo Gollum—. Sméagol siempre ayuda, si le piden… si le
      piden amablemente.
        ¡Bien! —dijo Sam—. Yo pido. Y si eso no es bastante amable, ruego.
      Gollum desapareció. Estuvo ausente un buen rato, y Frodo, luego de mascar unos
      bocados de lembas, se instaló en el fondo de la oscura cama de helechos y se
      quedó dormido. Sam lo miraba. Las primeras luces del día se filtraban apenas a
      través de las sombras, bajo los árboles, pero Sam veía claramente el rostro de su
      amo, y también las manos en reposo, apoyadas en el suelo a ambos lados del
      cuerpo. De pronto le volvió a la mente la imagen de Frodo, acostado y dormido
      en la casa de Elrond, después de la terrible herida. En ese entonces, mientras lo
      velaba,  Sam  había  observado  que  por  momentos  una  luz  muy  tenue  parecía
      iluminarlo  interiormente;  ahora  la  luz  brillaba,  más  clara  y  más  poderosa.  El
      semblante de Frodo era apacible, las huellas del miedo y la inquietud se habían
      desvanecido, y sin embargo recordaba el rostro de un anciano, un rostro viejo y
      hermoso, como si el cincel de los años revelase ahora toda una red de finísimas
      arrugas  que  antes  estuvieran  ocultas,  aunque  sin  alterar  la  fisonomía.  Sam
      Gamyi,  claro  está,  no  expresaba  de  esa  manera  sus  pensamientos.  Sacudió  la
      cabeza, como si descubriera que las palabras eran inútiles y luego murmuró:
        « Lo  quiero  mucho.  Él  es  así,  y  a  veces,  por  alguna  razón,  la  luz  se
      transparenta. Pero se transparente o no, yo lo quiero.»
        Gollum  volvió  sin  hacer  ruido  y  espió  por  encima  del  hombro  de  Sam.
      Mirando  a  Frodo,  cerró  los  ojos  y  se  alejó  en  silencio.  Sam  se  unió  a  él  un
      momento después, y lo encontró masticando algo y murmurando entre dientes.
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