Page 718 - El Señor de los Anillos
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hobbits tuvieron la impresión de que la fragancia del aire aumentaba a medida
      que avanzaban; y a juzgar por los resoplidos y bisbiseos de desagrado de Gollum,
      también él lo había notado. Al despuntar el día hicieron una nueva pausa. Habían
      llegado al extremo de una garganta larga y profunda, de paredes abruptas en el
      centro, por la que el camino se abría un pasaje a través de una cresta rocosa.
      Escalaron la cuesta occidental y miraron a lo lejos.
        La luz del día se desplegaba en el cielo y las montañas estaban ahora mucho
      más distantes, retrocediendo hacia el este en una larga curva que se perdía en la
      lejanía. Frente a ellos, cuando miraban hacia el oeste, las lomas descendían en
      pendientes  y  se  perdían  allá  abajo  entre  brumas  ligeras.  Estaban  rodeados  de
      bosquecillos de árboles resinosos, abetos y cedros y cipreses, y otras especies
      desconocidas en la Comarca, separados por grandes claros; y por todas partes
      crecía una exuberante vegetación de matas y hierbas aromáticas. El largo viaje
      desde Rivendel los había llevado muy al sur de su propio país, pero sólo ahora, en
      esta  región  más  protegida,  los  hobbits  advertían  el  cambio  del  clima.  Aquí  ya
      había  llegado  la  primavera:  a  través  del  musgo  y  el  mantillo  despuntaban  las
      hojas, las florecillas se abrían en la hierba, los pájaros cantaban. Ithilien, el jardín
      de  Gondor,  ahora  desolado,  conservaba  aún  la  belleza  de  una  dríade
      desmelenada.
        Al sur y al oeste, miraba a los cálidos valles inferiores del Anduin, protegidos
      al este por el Ephel Dúath, aunque no todavía bajo la sombra de la montaña, y
      reparados al norte por los Emyn Muil, y abiertos a las brisas meridionales y a los
      vientos húmedos  del  Mar  lejano. Numerosos árboles  crecían  allí,  plantados  en
      tiempos  remotos  y  envejecidos  sin  cuidados  en  medio  de  una  legión  de
      tumultuosos y despreocupados descendientes; y había montes, y matorrales de
      tamariscos y terebintos espinosos, de olivos y laureles; y enebros, y arrayanes; el
      tomillo  crecía  en  matorrales,  o  unos  tallos  leñosos  y  rastreros  tapizaban  las
      piedras ocultas; las salvias de todas las especies se adornaban de flores azules,
      encarnadas  o  verdes;  y  la  mejorana  y  el  perejil  recién  germinado,  y  una
      multitud de hierbas cuyas formas y fragancias escapaban a los conocimientos
      hortícolas  de  Sam.  Las  saxífragas  y  la  jusbarba  ocupaban  ya  las  grutas  y  las
      paredes rocosas. Las prímulas y las anémonas despertaban en la fronda de los
      avellanos;  y  los  asfódelos  y  lirios  sacudían  las  corolas  semiabiertas  sobre  la
      hierba: una hierba de un verde lozano, que crecía alrededor de las lagunas, en
      cuyas  frescas  oquedades  se  detenían  los  arroyos  antes  de  ir  a  volcarse  en  el
      Anduin.
        Volviendo la espalda al camino, los viajeros bajaron la pendiente. Mientras
      avanzaban,  abriéndose  paso  a  través  de  los  matorrales  y  los  pastos  altos,  una
      fragancia dulce embalsamaba el aire. Gollum tosía y jadeaba; pero los hobbits
      respiraban  a  pleno  pulmón,  y  de  improviso  Sam  rompió  a  reír,  no  por  simple
      chanza,  sino  de  pura  alegría.  Siguiendo  el  curso  rápido  de  un  arroyo  que
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