Page 719 - El Señor de los Anillos
P. 719
descendía delante de ellos, llegaron a una laguna de aguas transparentes en una
cuenca poco profunda: ocupaba las ruinas de una antigua represa de piedra,
cuyos bordes esculpidos estaban casi enteramente cubiertos de musgo y rosales
silvestres; lo rodeaban hileras de lirios esbeltos como espadas, y en la superficie
oscura, ligeramente encrespada, flotaban las hojas de los nenúfares; pero el agua
era profunda y fresca, y en el otro extremo se derramaba suave e
incesantemente por encima del borde de piedra.
Allí se lavaron y bebieron hasta saciarse. Luego buscaron un sitio donde
descansar y donde esconderse, pues el paraje, aunque hermoso y acogedor, no
dejaba de ser territorio del enemigo. No se habían alejado mucho del camino,
pero ya en un espacio tan corto habían visto cicatrices de las antiguas guerras, y
las heridas más recientes infligidas por los orcos y otros servidores abominables
del Señor Oscuro: un foso abierto lleno de inmundicias y detritus; árboles
arrancados sin razón y abandonados a la muerte, con runas siniestras o el funesto
signo del Ojo tallado a golpes en las cortezas.
Sam, que gateaba indolente al pie de la cascada, tocando y oliendo las plantas
y los árboles desconocidos, olvidado por un momento de Mordor, despertó de
pronto a la realidad de aquel peligro omnipresente. Al tropezar de pronto con un
círculo todavía arrasado por el fuego, descubrió en el centro una pila de huesos y
calaveras rotos y carbonizados. La rápida y salvaje vegetación de zarzas y
escaramujos y clemátides trepadoras empezaba ya a tender un velo piadoso
sobre aquel testimonio de una matanza y de un festín macabros; pero no cabía
duda de que era reciente. Se apresuró a regresar junto a sus compañeros, mas
nada dijo de lo que había visto: era preferible que los huesos descansaran en paz,
y no exponerlos al toqueteo y el hociqueo de Gollum.
—Busquemos un sitio donde descansar —dijo—. No más abajo. Más arriba,
diría yo.
Un poco más arriba, no lejos del lago, y al reparo de un frondoso monte de
laureles de hojas oscuras, que trepaba por una loma empinada coronada de
cedros añosos, las matas cobrizas de los helechos del año anterior habían
formado una especie de cama profunda y mullida. Allí resolvieron descansar y
pasar el día, que ya prometía ser claro y caluroso. Un día propicio para disfrutar,
en camino, de los bosques y los claros de Ithilien. No obstante, si bien los orcos
huían de la luz del sol, muchos eran los parajes donde podían esconderse para
acecharlos; y muchos eran también los ojos malignos y avizores: Sauron tenía
innumerables siervos. De todos modos, Gollum no aceptaría dar un paso bajo la
mirada de la Cara Amarilla: tan pronto como asomara por detrás de las crestas
sombrías del Ephel Dúath se enroscaría, desfalleciente, aplastado por la luz y el
calor.
Durante la caminata, Sam había estado pensando seriamente en la comida.
Ahora que la desesperación de la Puerta infranqueable había quedado atrás, no