Page 728 - El Señor de los Anillos
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No hay duda de que los días de Gondor están contados, y que los muros de Minas
      Tirith están condenados, tal es la fuerza y la malicia que hay en Él.
        —Sin embargo nosotros no vamos a quedarnos ociosos y permitirle que haga
      lo  que  quiera  —dijo  Mablung—.  Esos  malditos  Sureños  vienen  ahora  por  los
      caminos antiguos a engrosar los ejércitos de la Torre Oscura. Sí, por los mismos
      caminos que creó el arte de Gondor. Y avanzan cada vez más despreocupados,
      hemos sabido, seguros de que el poder del nuevo amo es suficientemente grande,
      y que la simple sombra de esas colinas habrá de protegerlos. Nosotros venimos a
      enseñarles otra lección. Nos hemos enterado hace algunos días de que una hueste
      numerosa  se  encaminaba  al  Norte.  Según  nuestras  estimaciones,  uno  de  los
      regimientos aparecerá aquí poco antes del mediodía, en el camino de allá arriba
      que pasa por la garganta. ¡Puede que el camino la pase, pero ellos no pasarán!
      No mientras Faramir sea quien conduzca todas las empresas peligrosas. Pero un
      sortilegio le protege la vida, o tal vez el destino se la reserva para algún otro fin.
        La conversación se extinguió en un silencio expectante. Todo parecía inmóvil,
      atento. Sam, acurrucado en el borde del helechal, espió asomando la cabeza. Los
      ojos penetrantes del hobbit vieron más hombres en las cercanías. Los veía subir
      furtivamente  por  las  cuestas,  de  a  uno  o  en  largas  columnas,  manteniéndose
      siempre a la sombra de la espesura de los bosquecillos, o arrastrándose, apenas
      visibles en las ropas pardas y verdes, a través de la hierba y los matorrales. Todos
      estaban  encapuchados  y  enmascarados,  y  llevaban  las  manos  enguantadas,  e
      iban  armados  como  Faramir  y  sus  compañeros.  Pronto  todos  pasaron  y
      desaparecieron. El sol subía por el Sur. Las sombras se encogían.
        « Me  gustaría  saber  dónde  anda  ese  malandrín  de  Gollum» ,  pensó  Sam,
      mientras regresaba gateando a una sombra más profunda. « Corre el riesgo de
      que lo ensarten, confundiéndolo con un orco, o de que lo ase la Cara Amarilla.
      Pero imagino que sabrá cuidarse.»  Se echó al lado de Frodo y se quedó dormido.
        Despertó,  creyendo  haber  oído  voces  de  cuernos.  Se  puso  de  pie.  Era
      mediodía. Los guardias seguían alertas y tensos a la sombra de los árboles. De
      pronto  los  cuernos  sonaron  otra  vez,  más  poderosos,  y  sin  ninguna  duda  allá
      arriba,  por  encima  de  la  cresta  de  la  loma.  Sam  creyó  oír  gritos  y  también
      clamores  salvajes,  pero  apagados,  como  si  vinieran  de  una  caverna  lejana.
      Luego, casi en seguida, un fragor de combate estalló muy cerca, justo encima
      del escondite de los hobbits. Oían claramente el tintineo del acero contra el acero,
      el choque metálico de las espadas sobre los yelmos de hierro, el golpe seco de las
      hojas sobre los escudos: los hombres bramaban y aullaban, y una voz clara y
      fuerte gritaba:
        —¡Gondor! ¡Gondor!
        —Suena como si un centenar de herreros golpearan juntos los yunques —le
      dijo  Sam  a  Frodo—.  ¡No  me  gustaría  tenerlos  cerca!  Pero  el  estrépito  se
      acercaba.
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