Page 820 - El Señor de los Anillos
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los demonios! ¡Los inmundos! Nunca abandones a tu amo, nunca, nunca, nunca:
ésa era mi verdadera norma. Y en el fondo de mi corazón, lo sabía. Quiera el
cielo perdonarme. Pero ahora tengo que volver a él. De alguna manera. De
alguna manera.
Desenvainó otra vez la espada y golpeó la piedra con la empuñadura, pero
sólo obtuvo un sonido sordo. Sin embargo, la espada resplandecía tanto que ahora
él podía ver alrededor. Sorprendido, descubrió que el peñasco tenía la forma de
una puerta pesada, y casi el doble de la altura de él. Arriba, un espacio oscuro
separaba la parte superior del arco bajo de la puerta. Probablemente estaba
destinado a impedirle la entrada a Ella-Laraña, y se cerraba por dentro con algún
mecanismo invulnerable a la astucia de la bestia. Con las fuerzas que le
quedaban, Sam dio un salto y se aferró a la parte superior de la puerta, trepó, y
se dejó caer del otro lado; luego echó a correr como un loco, la espada
incandescente en la mano, dando vuelta un recodo y subiendo por un túnel
sinuoso.
La noticia de que su amo estaba aún con vida le daba el ánimo necesario para
hacer un último esfuerzo. No veía absolutamente nada, pues este nuevo pasadizo
consistía en una larga serie de curvas y recodos; pero tenía la impresión de estar
ganando terreno: las voces de los orcos volvían a sonar más cerca, quizás a unos
pocos pasos.
—Eso es lo que haré —dijo Shagrat—. Lo llevaré en seguida a la cámara más
alta.
—¿Pero por qué? —gruñó Gorbag—. ¿Acaso no tienen mazmorras ahí abajo?
—No tiene que correr ningún riesgo, ya te lo dije —respondió Shagrat—.
¿Has entendido? Es muy valioso. No confío en todos mis muchachos, y en
ninguno de los tuyos; ni en ti, cuanto te entra la locura de divertirte. Lo llevaré
donde me plazca, y donde tú no podrás ir, si no te comportas como es debido. A
lo alto de la torre, he dicho. Allí estará seguro.
—¿Eso crees? —dijo Sam—. ¡Te olvidas del gran guerrero élfico que anda
suelto! —Y al decir estas palabras dio vuelta al último recodo para descubrir, no
supo si a causa de un truco del túnel o al oído que el Anillo le había prestado, que
había estimado mal la distancia.
Las siluetas de los orcos estaban bastante más adelante. Y ahora los veía,
negros y achaparrados, contra una intensa luz. El túnel, recto por fin, se elevaba
en pendiente; y en el extremo había una puerta doble, que conducía sin duda a las
cámaras subterráneas bajo el alto cuerno de la torre. Los orcos ya habían pasado
por allí con el botín, y Gorbag y Shagrat se acercaban ahora a la puerta.
Sam oyó un estallido de cantos salvajes, un estruendo de trompetas y el
tañido de los gongos: una algarabía horripilante. Gorbag y Shagrat estaban en el
umbral.