Page 815 - El Señor de los Anillos
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las antorchas, pero por más que se esforzaba no conseguía llegar hasta ellas. Los
orcos se desplazaban veloces por los subterráneos, y este túnel lo conocían palmo
a palmo: no obstante las persecuciones de Ella-Laraña estaban obligados a
utilizarlo a menudo, pues era el camino más rápido entre las montañas y la
Ciudad Muerta. En qué tiempos inmemoriales habían sido excavados el túnel
principal y el gran foso redondo en que Ella-Laraña se había instalado siglos
atrás, los orcos lo ignoraban, pero ellos mismos habían cavado a los lados muchos
otros caminos a fin de evitar el antro de la bestia mientras iban y venían
cumpliendo órdenes. Esa noche no tenían la intención de descender muy abajo,
sólo querían encontrar cuanto antes un pasadizo lateral que los llevara de vuelta a
su propia torre. Casi todos estaban contentos, felices con lo que habían visto y
hallado, mientras corrían y parloteaban y gimoteaban a la manera de los orcos.
Sam oyó las voces ásperas y opacas en el aire muerto, y distinguió dos en
particular, más fuertes y cercanas. Al parecer los cabecillas marchaban a la
retaguardia, y discutían.
—¿No puedes ordenarle a tu chusma que no arme ese alboroto, Shagrat? —
gruñó uno de ellos—. No tenemos interés en que nos caiga encima Ella-Laraña.
—¡Vamos, Gorbag! Tu gente es la que grita más —respondió el otro—. ¡Pero
déjalos que jueguen! Si no me equivoco, por algún tiempo no tendremos que
preocuparnos de Ella-Laraña. Al parecer se ha sentado sobre un clavo, y no
vamos a llorar por eso. ¿No viste el reguero de podredumbre a lo largo de la
galería que lleva al antro? Ordenarles que se callen sería tener que repetirlo un
centenar de veces. Déjalos pues, que se rían. Por fin hemos tenido un golpe de
suerte: hemos encontrado algo que le interesa a Lugbúrz.
—Le interesa a Lugbúrz ¿eh? ¿Qué se te ocurre que puede ser? Parece un
elfo, pero de talla más pequeña. ¿Qué peligro puede haber en una cosa así?
—No lo sabremos hasta que le hayamos echado una ojeada.
—¡Oh! De modo que no te han dicho qué era ¿eh? No nos dicen todo lo que
saben ¿verdad? Ni la mitad. Pero pueden equivocarse, sí, hasta los de arriba
pueden equivocarse.
—¡Calla, Gorbag! —La voz de Shagrat bajó de tono, y Sam, aunque ahora
tenía un oído extrañamente fino, a duras penas alcanzaba a distinguir las palabras
—. Pueden, sí, pero tienen ojos y oídos por todas partes; y algunos entre mi
propia gente, sospecho. Pero es indudable que algo les preocupa. Por lo que me
dices, los Nazgûl están inquietos; y también Lugbúrz. Al parecer, algo estuvo a
punto de escabullirse.
—¡A punto, dices! —observó Gorbag.
—Está bien —dijo Shagrat—, pero dejemos esto para más tarde. Esperemos
a estar en el camino subterráneo. Allí hay un lugar donde podremos conversar
tranquilos, mientras los muchachos siguen adelante.
Poco después las antorchas desaparecieron de la vista de Sam. Oyó un