Page 818 - El Señor de los Anillos
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que cortó la telaraña. ¿No se te había ocurrido? ¿Y quién le clavó el clavo a la
Señora? El mismo, supongo. ¿Y ahora dónde está? ¿Dónde está, Shagrat?
Shagrat no respondió.
—Te convendría usar la cabeza de vez en cuando, si la tienes. No es para
reírse. Nadie, nadie jamás, antes de ahora, había pinchado a Ella-Laraña con un
clavo, y tú tendrías que saberlo mejor que nadie. No es por ofenderte, pero
piensa un poco… Alguien anda rondando por aquí y es más peligroso que el
rebelde más condenado que se haya conocido desde los malos viejos tiempos,
desde el Gran Sitio. Algo se ha escabullido.
—¿Qué, entonces? —gruñó Shagrat.
—A juzgar por todos los indicios, capitán Shagrat, diría que se trata de un gran
guerrero, probablemente un elfo, armado sin duda de una espada élfica, y quizá
también de un hacha: y anda suelto en tu territorio, para colmo, y tú nunca lo
viste. ¡Divertidísimo en verdad! —Gorbag escupió. Sam torció la boca en una
sonrisa sarcástica ante esta descripción de sí mismo.
—¡Bah, tú siempre lo ves todo negro! —dijo Shagrat—. Puedes interpretar los
signos como te dé la gana, pero también podría haber otras explicaciones. De
cualquier modo, tengo centinelas en todos los puntos claves, y pienso ocuparme
de una cosa por vez. Cuando le haya echado una ojeada al que hemos capturado,
entonces empezaré a preocuparme por alguna otra cosa.
—Me temo que no encontrarás mucho en ese personajillo —dijo Gorbag—.
Es posible que no haya tenido nada que ver con el verdadero mal. En todo caso el
gran guerrero de la espada afilada no parece haberle dado mucha importancia…
dejarlo allí tirado: típico de los elfos.
—Ya veremos. ¡En marcha ahora! Hemos hablado bastante. ¡Vamos a
echarle una ojeada al prisionero!
—¿Qué te propones hacer con él? No te olvides que yo lo vi primero. Si hay
diversión, a mí y a mis muchachos también nos toca.
—Calma, calma —gruñó Shagrat—. Tengo mis órdenes, y no vale la pena
arriesgar el pellejo, ni el mío ni el tuyo. Todo merodeador que sea encontrado
por los guardias será recluido en la torre. Habrá que desnudar al prisionero. Una
descripción detallada de todos sus avíos, vestimenta, armas, carta, anillo, o
alhajas varias tendrá que ser enviada inmediatamente a Lugbúrz y solamente a
Lugbúrz. El prisionero será conservado sano y salvo, bajo pena de muerte para
todos los miembros de la guardia, hasta tanto Él envíe una orden, o venga en
Persona. Todo esto es bien claro, y es lo que haré.
—Desnudarlo, ¿eh? —dijo Gorbag. ¿También los dientes, las uñas, el pelo y
todo lo demás?
—No, nada de eso. Es para Lugbúrz. Ya te lo he dicho. Lo quieren sano e
intacto.
—No te será tan fácil como supones —rió Gorbag—. A esta altura es sólo