Page 56 - III Concurso Literario
P. 56
CATEGORÍA: 8
DISTINCIÓN: Mención Compartida
CUENTO: El sentido
SEUDÓNIMO: Cuenco
AUTOR: Carolina Szpak, Augusto y Lucio Bianchi Szpak
El sentido
Ébola: fiebre hemorrágica con tasa de mortandad cercana al 50%, transmitida al ser
humano a través de animales salvajes y propagada en poblaciones humanas por contagio
de persona a persona. El brote de 2014-2016 afectó principalmente a centros urbanos y
zonas rurales del oeste de África, muriendo unas 11.500 almas.
Eran las 16 horas, momento en que llegaba el camión con los cuerpos. Menelik se
preparó a bajar las bolsas que nunca se abrían pero que tenían los nombres de personas
que hasta quince días antes habían sido sanos y saludables, con hijos, esposos, padres y
amigos.
Así aparecía esta enfermedad que había cambiado la vida de todos. Aislamiento,
cuidados incesantes, miedo, temor continuo y hasta un adiós al muerto que ya no era
honrado, sino borrado a través del fuego.
Menelik era uno de los pocos hombres de la aldea que había aceptado trabajar en la
cremación de cuerpos, algo prohibido por su creencia, pero necesario para limitar el
contagio. Todas las tardes, junto a compañeros silenciosos, bajaban las bolsas del
camión y una a una, las rociaban con nafta, para luego colocarlas encima de piras de
leña. Una vez terminado esto, encendían el fuego y en forma lenta pero con espanto
cotidiano se alejaban sintiendo primero el olor a plástico quemado, y más tarde a carne
chamuscada.
Esa tarde Menelik recordó su primer día en el trabajo. Después de despedirse de su
familia, de su hijo pequeño, de su esposa, y de su madre que no entendía, ni perdonaba
que aceptara hacer esa tarea en contra de su Dios, se subió junto a otros hombres al
micro que pasaba a buscarlos y frente a la gente del pueblo que los despedía con
desprecio, emprendió el camino al campamento que actuaba como crematorio. Serían
veinte días corridos trabajando, para luego, volver con su familia una semana y regresar
otros veinte días. Se suponía que sólo duraría dos meses, pero el brote del virus se había
extendido más de lo pensado y ya llevaba tres en ese ritmo triste y agotador, con cuerpos
provenientes de todas partes.
Había aceptado pensando en su hijo, queriendo evitar que el ébola llegara a su puerta;
entendiendo que los Dioses a veces parecen no acompañarnos, dejándonos solos ante el
total vacío de la desesperanza, en un limbo sombrío e inerte sin escape alguno. También
sintiendo que esa muerte era desesperante, una muerte dolorosa, denigrante y con garras
hirientes que destruían los vientres. Atacaba sin distinción, adultos, abuelos y niños;
incluso tan pequeños que cuando en su aldea surgió el contagio del primer niño bebé, el
llanto feroz de la criatura, desesperaba; y el llanto agotado y sin fuerza, el del final, rompía
el alma.