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intenciones y gran número de individuos, como para moldearlos en tres o cuatro generaciones, dándoles todo el bagaje
cultural traído de no se sabe dónde (la teoría extraterrestre).
De todos modos, las deducciones geológicas demuestran algo muy diferente: Las pirámides y todos esos complejos
fueron construidos mucho antes que los usaran los aborígenes de Centroamérica. Estamos en las mismas que en Egipto y
en Perú. Lo objetivamente analizable demuestra que las pirámides de México son muchísimo más antiguas que los
pueblos de los que quedan rastros y un poco de historia conocida. La mayoría de las pirámides mexicanas son tan
anacrónicas con los mayas y aztecas, como puede serlo el Boeing 747 con los pueblos yonomanis o macuxíes del
Amazonas; anacrónicas como son las Pirámides de Gizéh con los egipcios. Pudieron haber desarrollos civilizatorios muy
diferentes en la misma época, pero no compartiendo incluso el mismo lugar. O sea que los constructores de pirámides
fueron unos en un tiempo. Los otros vinieron mucho después, cuando las pirámides y otras construcciones ya eran viejas y
estaban abandonadas.
Por si fueran pocas estas cuestiones, hay arqueólogos, geólogos y topógrafos que afirman que la construcción del
Teotihuacán exigió, antes de poner la primera piedra, una total transformación de la región, que era un valle pantanoso y
debió costar movimientos de tierras de más de mil millones de metros cúbicos, sólo para drenar las aguas. El río San Juan,
que atraviesa el complejo casi en el extremo, es según algunos hidrólogos un cauce muy modificado artificialmente, con lo
que curiosamente están de acuerdo algunos arqueólogos.
Teniendo en cuenta los grabados y estatuillas en territorio maya, que representan palas mecánicas y topadoras, no
podemos menos que suponer su existencia, en una época muy anterior a los propios mayas. Estos, como los aztecas y los
egipcios, tenían por costumbre dejar bien claro quién hacía tal o cual cosa. Los constructores de pirámides no nos dejaron
su tarjeta, sino sus obras, con su carga fantástica de conocimientos. Sin dibujos ni escritos, simples obras para deducir
física y matemáticamente en base a los números Sagrados, que se hallan en toda la Naturaleza.
Tanto por los métodos constructivos, la matemática y astronomía aplicada, como por otras implicaciones que veremos
en el capítulo de física, sabemos que no pudieron jamás unos nómades cazadores y recolectores hacer esas obras. Las
incongruencias en las teorías dicen de la historia oficial realmente lo que es: Un cuento absurdo que los tiranos
académicos no quieren cambiar. Las evidencias no nos terminan de aclarar las cosas, pero todas las asignaturas exactas y
hasta la física cuántica, demuestran que la versión oficial es inválida. Sin embargo es más fácil cambiar de lugar la Gran
Pirámide que hacer cambiar los libros que ya no valen, que están caducos por ser un cúmulo de errores.
En parte, el objetivo de este libro se plantea como tal tamaña empresa y sé que aparecerán críticas o simplemente
indiferencia por parte de la oficialidad y sus creyentes. Pero el objetivo principal es despertar el sentido crítico en los que
no están imbuidos en los intereses académicos, políticos y económicos de esa oficialidad pseudocientífica, a fin de que en
algunas décadas más, el mundo pueda aprovechar el legado científico y mágico de las pirámides y de muchas otras
reliquias antiguas. Para ello, es imprescindible acabar con la burda idea de que las pirámides eran tumbas, porque en esa
creencia es donde está sepultado el sentido común.
En tal idea aberrante está sepultada para muchísimas personas, la posibilidad de usar las pirámides como muchos las
usamos, para curarnos de algunas enfermedades y para prevenir otras que no es posible adquirir para quien duerme o
vive en una pirámide. Debemos a esa falacia de las "pirámides como tumbas", que muchísima gente tenga miedo a usarlas
o tan siquiera experimentar con ellas. Una de las más espantosas mentiras científicas oficiales de nuestra historia, es
suponer fuera de toda lógica -y hasta negar sin fundamento las pruebas en contra- que las pirámides, aparatos construidos
para alargar la vida física, mejorar la vida mental y espiritual de los vivos, hayan sido hechas para guardar cadáveres.
Ni siquiera los pueblos antiguos conocidos, en sus etapas de mayor estupidez colectiva, habrían hecho para los muertos
lo que tan bien sirve a los vivos. Esos pueblos vivieron durante milenios, dejaron obras magníficas, tanto templos como
otras construcciones. Dejaron un legado cultural no menos apreciable que el legado anterior de las pirámides, de modo
que no eran idiotas capaces de trabajar en lo casi imposible para enterrar a un señor, por más faraón que fuese. Para
colmo de menosprecio a la sapiencia, se leen en manuales y en páginas de internet estas cosas (referida a la Pirámide
Acodada):
Pirámide Acodada, en Dashur, supuesta chapuza de los arquitectos de Snefru.