Page 213 - Dune
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pasado y ver su inicio: el adiestramiento, la afinación de sus talentos, las refinadas
           presiones de sofisticadas disciplinas, el descubrimiento de la Biblia Católica Naranja
           en  un  momento  crítico…  y,  finalmente,  la  inclusión  de  la  especia.  Y  podía  mirar

           también hacia adelante —en las más terribles direcciones— y ver adonde conducía
           todo esto.
               ¡Soy un monstruo!, pensó. ¡Un fenómeno!

               —¡No! —dijo. Y luego—: ¡No, No! ¡NO!
               Descubrió  que  estaba  dando  puñetazos  contra  el  suelo  de  la  tienda.  (La
           implacable parte de él registró esto como un interesante dato emotivo y lo integró a

           los otros factores).
               —¡Paul!
               Su  madre  estaba  a  su  lado,  sujetando  sus  manos,  su  rostro  una  mancha  gris

           escrutándole.
               —Paul, ¿qué ocurre?

               —¡Tú! —dijo él.
               —Estoy aquí, Paul —dijo ella—. Todo está bien.
               —¿Qué has hecho conmigo? —exigió.
               En un destello de claridad, ella captó alguna de las raíces de la pregunta.

               —Te he traído al mundo —dijo.
               Sabía,  por  su  instinto  y  por  sus  más  sutiles  conocimientos,  que  esta  era  la

           respuesta  correcta  para  calmarle.  Él  sintió  las  manos  de  su  madre  sujetándole,  e
           intentó ver los rasgos de su rostro. (Algunos rasgos genéticos en la estructura de su
           rostro fueron examinados bajo el nuevo ángulo de su mente en continua actividad, las
           informaciones añadidas a los otros datos, y al final del cálculo surgió la respuesta.)

               —Déjame —dijo.
               Ella notó la acerada dureza de su voz y obedeció.

               —¿Quieres decirme qué es lo que te ocurre, Paul?
               —¿Sabías lo que hacías cuando me adiestraste? —preguntó él.
               No hay ningún rastro de niño en su voz, pensó ella. Y dijo:
               —Esperaba lo que esperan todos los padres: que fueras… superior, distinto.

               —¿Distinto?
               Ella percibió la amargura en su tono.

               —Paul, yo… —dijo.
               —¡Tú no buscabas un hijo! —dijo él—. ¡Tú buscabas un Kwisatz Haderach! ¡Tú
           buscabas un macho Bene Gesserit!

               Ella retrocedió ante tanta amargura.
               —Pero, Paul…
               —¿Consultaste alguna vez a mi padre para esto?

               Ella respondió en voz muy baja, a causa de su reciente dolor.




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