Page 209 - Dune
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Paul tomó el paquete que había a su lado, notando el glogloteo de los dos litrojons
llenos de agua. Inspiró profundamente y miró al exterior a través del lado
transparente de la tienda, hacia las escarpaduras rocosas que se delineaban contra las
estrellas. Su mano izquierda se posó en la cerradura a esfínter de entrada de la tienda.
—El alba llegará dentro de poco —dijo—. Podemos esperar durante todo el día a
Idaho, pero no otra noche. En el desierto, hay que viajar de noche y descansar a la
sombra durante el día.
Las antiguas tradiciones se insinuaron en la mente de Jessica: Sin destiltraje, un
hombre sentado a la sombra, en el desierto, necesita cinco litros diarios de agua
para mantener el equilibrio corporal. Percibió la superficie lisa y elástica del
destiltraje sobre su piel, y pensó que sus vidas dependían por completo de aquella
prenda.
—Si nos vamos de aquí, Idaho no nos encontrará nunca —dijo Paul—. Si Idaho
no ha vuelto al alba, tendremos que considerar la posibilidad de que haya sido
capturado. ¿Cuánto crees que puede resistir?
La pregunta no necesitaba respuesta, y Jessica guardó silencio. Paul abrió el
cierre del paquete y sacó un micromanual provisto de su cuadrante luminoso y su
lente. Letras verdes y anaranjadas saltaron de las páginas hacia él: «litrojon,
destiltienda, cápsulas energéticas, recicladores, snork de arena, binoculares, equipo
de destiltraje, pistola marcadora, mapas sink, tampones, paracompás, garfios de
doma, martilleadores, Fremochila, columna de fuego…».
Tantas cosas para sobrevivir en el desierto.
Dejó el manual a un lado, en el suelo de la tienda.
—¿A dónde podemos ir? —preguntó Jessica.
—Mi padre hablaba del poder del desierto —dijo Paul—. Los Harkonnen no
podrían dominar este planeta sin él. De hecho, nunca han podido dominarlo ni nunca
podrán. Ni siquiera con diez mil legiones de Sardaukar.
—Paul, no puedes pensar que…
—Tenemos todas las puertas en nuestras manos —dijo él—. Aquí mismo, en esta
tienda… la propia tienda, esta mochila y su contenido, estos destiltrajes. Sabemos que
la Cofradía exige un precio prohibitivo por los satélites climáticos. Sabemos que…
—¿Qué tienen que ver los satélites climáticos con todo esto? —preguntó Jessica
—. No podrían… —se interrumpió. Paul percibió las hipersensibilidades de su
mente, leyendo sus reacciones, calculándolas minuciosamente.
—Ahora puedes darte cuenta de ello —dijo—. Los satélites observan
constantemente el suelo. Hay cosas en el desierto profundo que no deben ser
observadas.
—¿Sugieres que la Cofradía controla este planeta?
Era tan lenta.
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