Page 205 - Dune
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Oh Mares de Caladan,
Oh gente del Duque Leto…
Ciudadela de Leto abatida,
Abatida para siempre…
De Canciones de Muad’Dib, por la PRINCESA IRULAN
Paul sintió que todo su pasado, toda su vida antes de aquella noche, era como arena
deslizándose por una clepsidra. Estaba sentado al lado de su madre, sujetándose las
rodillas dentro de la pequeña tienda de tejido y plástico, una destiltienda, que habían
encontrado, junto con las ropas Fremen que se habían puesto inmediatamente, en el
paquete descubierto en el tóptero.
No había ninguna duda en la mente de Paul respecto a quién había escondido la
Fremochila allí, quién había dirigido el rumbo del tóptero que transportaba a los
cautivos.
Yueh.
El doctor traidor les había llevado directamente hasta las manos de Duncan Idaho.
Paul miró afuera, a través de la parte transparente de la destiltienda, observando
las rocas iluminadas por la luz de la luna que rodeaban el refugio que Idaho había
preparado para ellos.
Escondiéndome como un chiquillo ahora que soy el Duque, pensó Paul. Aquel
pensamiento le irritaba, pero no podía negar que esconderse era por el momento lo
más seguro.
Algo había ocurrido con su percepción aquella noche; veía con absoluta claridad
todas las circunstancias y los acontecimientos en torno suyo. Se sintió incapaz de
asimilar el flujo de datos, pero con fría precisión, cada nuevo elemento encajaba en
sus conocimientos y los cálculos parecían concentrarse en su consciencia. Tenía el
poder de un Mentat, y más aún.
Paul pensó en el momento de impotente rabia cuando aquel extraño tóptero surgió
de la noche planeando hacia ellos, deteniéndose como un halcón gigantesco sobre el
desierto, con el viento silbando bajo sus alas. Algo había pasado entonces en la mente
de Paul. El tóptero se había deslizado sobre la arena, directo hacia las dos figuras que
corrían… su madre y él. Paul recordó el olor a azufre de la abrasión de los patines del
tóptero rozando sobre la arena hacia ellos.
Su madre, lo sabía, se había vuelto, con la certeza de enfrentarse a un láser en
manos de un mercenario Harkonnen, reconociendo en cambio a Duncan Idaho que se
inclinaba fuera de la portezuela del tóptero gritando:
—¡Aprisa! ¡Hay señales de un gusano al sur!
Pero Paul había sabido, desde el mismo momento en que se había vuelto, quién
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