Page 203 - Dune
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—Quiero ver el cadáver —dijo el coronel Bashar.
               El  Barón  alzó  los  ojos  al  techo,  fingiendo  exasperación,  mientras  sus
           pensamientos  galopaban.  ¡Maldición!  ¡Ese  Sardaukar  de  ojos  aguzados  va  a

           penetrar en la estancia antes de que podamos cambiar nada!
               —Ahora —precisó el Sardaukar—. Quiero verlo con mis propios ojos.
               No había forma de impedirlo, se dio cuenta el Barón. El Sardaukar iba a verlo

           todo.  Sabría  que  el  Duque  había  matado  a  hombres  Harkonnen…  y  que  el  Barón
           había  escapado  por  escaso  margen.  Los  restos  de  la  comida  en  la  mesa  eran  una
           evidencia, y el Duque muerto frente a ellos, con la destrucción a su alrededor.

               Era imposible evitarlo.
               —No quiero oir excusas —dijo ásperamente el coronel Bashar.
               —Nadie quiere daros excusas —dijo el Barón, y miró a los ojos de obsidiana del

           Sardaukar—. No tengo nada que esconder al Emperador. —Inclinó la cabeza hacia
           Nefud—: El coronel Bashar quiere verlo todo, en seguida. Hazlo entrar por la puerta

           ante la que te hallas, Nefud.
               —Por aquí, señor —dijo Nefud.
               Lentamente, insolentemente, el Sardaukar rodeó al Barón y se abrió camino entre
           los guardias.

               Insufrible, pensó el Barón. Ahora el Emperador sabrá cómo le he fallado en esto.
           Lo considerará un signo de debilidad.

               Y  experimentó  la  agonía  de  pensar  que  el  Emperador  y  su  Sardaukar  eran
           idénticos en su desdén hacia cualquier signo de debilidad. El Barón se mordió el labio
           inferior,  consolándose  con  la  idea  de  que  al  menos  el  Emperador  no  estaba  al
           corriente de la incursión de los Atreides sobre Giedi Prime, y de la destrucción de los

           almacenes de especia que los Harkonnen tenían allí.
               ¡Maldito sea ese pérfido Duque!

               El Barón observó las dos espaldas que se alejaban… el arrogante Sardaukar y el
           robusto y eficiente Nefud.
               Tendremos que adaptarnos, pensó el Barón. Deberé poner otra vez a Rabban al
           frente de este condenado planeta. Sin restricciones. Tendré que derramar incluso mi

           propia sangre Harkonnen para colocar a Arrakis en condiciones de aceptar a Feyd-
           Rautha. ¡Maldito sea Piter! ¡No se le ha ocurrido otra cosa que hacerse matar antes

           de que yo hubiera terminado con él!
               El Barón suspiró.
               Debo enviar inmediatamente a alguien a Tleilax para buscar un nuevo Mentat.

           Indudablemente ya tendrán a otro nuevo preparado para mí.
               Un guardia tosió cerca de él.
               El Barón se volvió hacia el hombre.

               —Tengo hambre.




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