Page 206 - Dune
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pilotaba  el  tóptero.  Una  acumulación  de  detalles  en  la  forma  en  que  volaba,  el
           fulmíneo  aterrizaje…  indicaciones  tan  imperceptibles  que  ni  su  madre  hubiera
           captado… pero que habían proporcionado a Paul el conocimiento exacto de quién

           estaba en los controles.
               Al otro lado de la destiltienda, Jessica se movió y dijo:
               —Esa  puede  ser  la  única  explicación.  Los  Harkonnen  tenían  en  su  poder  a  la

           esposa de Yueh. ¡Él odiaba a los Harkonnen! No puedo haberme equivocado sobre
           esto. Has leído su nota. ¿Pero por qué nos ha salvado de la carnicería?
               Hasta ahora no empieza a verlo ella, y aún con dificultades, pensó Paul. Este

           pensamiento fue un shock. Él había comprendido los hechos con la máxima claridad
           tan sólo leyendo la nota que acompañaba al anillo ducal en el paquete.
               «No intentéis perdonarme», había escrito Yueh. «No quiero vuestro perdón. Mi

           carga  es  ya  bastante  pesada.  He  actuado  sin  maldad  y  sin  esperanzas  de  ser
           comprendido. Ha sido mi tahaddi al-burham, mi última prueba. Os dejo el sello ducal

           de  los  Atreides  como  testimonio  de  que  escribo  la  verdad.  Cuando  leáis  esto,  el
           Duque Leto habrá muerto. Pueda consolaros mi afirmación de que no morirá solo,
           que aquél al que odiamos todos nosotros más que a nada en el mundo morirá con él».
               No estaba dirigida a nadie ni tenía firma, pero no había ninguna duda acerca de

           aquella caligrafía familiar… Yueh.
               Recordando la misiva, Paul revivió su angustia en aquel momento… algo agudo y

           extraño que parecía manifestarse en el exterior de su nueva agilidad mental. Había
           leído que su padre había muerto, reconocido la verdad de aquellas palabras, pero todo
           ello no era más que otro dato a encasillar en su mente para el momento de ser usado.
               Quería a mi padre, pensó Paul, y sabía que era cierto. Tendría que llorar por él.

           Debería sentir algo.
               Pero no sentía nada, excepto: Es un hecho importante.

               Al lado de otros muchos hechos.
               Y su mente no dejaba de acumular durante todo el tiempo nuevas impresiones
           sensoriales, extrapolando y calculando.
               Las palabras de Halleck volvieron a Paul: «El humor es algo para el ganado, o

           para hacer el amor. Uno combate cuando es necesario, no cuando está de humor».
               Quizá sea esto, se dijo Paul. Lloraré a mi padre luego… cuando tenga tiempo.

               Pero la fría decisión de su ser no mostró ninguna flexión. Intuyó que su nueva
           percepción era tan sólo un inicio, y que iría en aumento. La impresión de una terrible
           finalidad, que había experimentado por primera vez durante su confrontación con la

           Reverenda Madre Gaius Helen Mohiam, le aferró de nuevo. Su mano derecha —la
           mano que recordaba el dolor— le escocía y pulsaba.
               ¿Esto es lo que significa ser el Kwisatz Haderach?, se maravilló.

               —Por un tiempo he pensado que Hawat había cometido otro error —dijo Jessica




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