Page 202 - Dune
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corredor, detrás de él: los guardias de la puerta del ascensor que conducía a los
niveles inferiores de la fragata intentaban detener a un alto coronel Bashar que
acababa de emerger de la cabina.
El Barón no consiguió situar el rostro del coronel Bashar: delgado, con la boca
parecida a una hendidura hecha en el cuero y unos ojos como manchas de tinta.
—¡Quitadme vuestras manos de encima, pandilla de carroñeros! —rugió el
hombre, y empujó violentamente a los guardias.
Ahhh, uno de los Sardaukar, pensó el Barón.
El coronel Bashar avanzó a grandes pasos hacia el Barón, cuyos ojos se cerraron
hasta convertirse en dos sutiles hendiduras de aprensión. Los oficiales Sardaukar le
llenaban de inquietud. Tenían un aspecto que les hacía parecer parientes del Duque…
del difunto Duque. ¡Y sus modales hacia el Barón!
El coronel Bashar se plantó a un paso del Barón, con las manos en las caderas.
Los guardias se inmovilizaron detrás de él, indecisos.
El Barón observó la ausencia de saludo, el desdén en los modales del Sardaukar, y
su inquietud aumentó. Había una sola legión de Sardaukar en el planeta, diez
brigadas, reforzando las legiones Harkonnen, pero el Barón no se hacia ilusiones.
Aquella única legión era perfectamente capaz de revolverse contra los Harkonnen y
vencerles.
—Decid a vuestros hombres que no intenten impedirme que os vea, Barón —
gruñó el Sardaukar—. En cuanto a los míos, os han traído al Duque Atreides antes de
que pudiera discutir con vos su suerte. Vamos a hacerlo ahora.
No debo perder prestigio ante mis hombres, pensó el Barón.
—¿Y? —Su voz era fría y controlada, y el Barón se sintió orgulloso de ella.
—Mi Emperador me ha encargado asegurarme de que su real primo perecerá
limpiamente, sin agonía —dijo el coronel Bashar.
—Estas son las órdenes Imperiales que he recibido —mintió el Barón—. ¿Creéis
que iba a desobedecerlas?
—Debo informar a mi Emperador de lo que haya visto con mis propios ojos —
dijo el Sardaukar.
—El Duque ya ha muerto —cortó el Barón, y levantó una mano para despedir al
hombre.
El coronel Bashar permaneció inmóvil frente al Barón. Ni un parpadeo, ni el
menor estremecimiento de ninguno de sus músculos indicaron que se había dado
cuenta de que había sido despedido.
—¿Cómo? —gruñó.
¡Realmente, esto ya es demasiado!, se dijo el Barón.
—Por su propia mano, si es eso lo que queréis saber —dijo el Barón—. Se ha
envenenado.
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