Page 197 - Dune
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atravesándolos uno a uno. Debo esperar.
Había una mesa. Leto la vio muy claramente. Y un hombre gordo y adiposo al
otro lado de la mesa, y los restos de un plato de comida ante él. Leto se dio cuenta de
que estaba sentado frente al hombre grueso, sintió las cadenas, las ligaduras que le
ataban a la silla y un hormigueo por todo su cuerpo. Tuvo consciencia de que había
pasado un tiempo, pero, ¿cuánto?
—Creo que vuelve en sí, Barón.
Una voz sedosa. Ese es Piter.
—Ya lo veo, Piter.
Un retumbar de bajo: el Barón.
Leto notó que las cosas se iban haciendo más definidas a su alrededor. La silla
debajo de él se volvió más sólida, sus ligaduras más cortantes.
Y ahora vio claramente al Barón. Leto observó los movimientos de las manos del
hombre: un toque compulsivo… el borde de un plato, el mango de una cuchara, un
dedo siguiendo el pliegue de un mentón.
Leto miró el movimiento de aquella mano, fascinado por él.
—Puedes oírme, Duque Leto —dijo el Barón—. Sé que puedes oírme. Queremos
saber de ti dónde están tu concubina y el muchacho que engendraste en ella.
Ningún gesto surgió de Leto, pero aquellas palabras le bañaron en calma.
Entonces es cierto: no tienen a Paul ni a Jessica.
—No estamos jugando a ningún juego infantil —tronó el Barón—. Lo sabes muy
bien. —Se inclinó hacia Leto, estudiando su rostro. Se sentía irritado al no poder
tratar privadamente el asunto, sólo entre ellos dos. Que otros pudieran ver a un noble
en tales condiciones… esto creaba un pésimo precedente.
Leto sentía que sus fuerzas volvían a él. Y ahora, el recuerdo de aquel falso diente
resonaba en su mente como una campana en medio de una inmensa y plana llanura.
La cápsula en forma de nervio en el interior de aquel diente… el gas letal… recordó
quién le había implantado aquella mortal arma en su boca.
Yueh.
El recuerdo brumoso de un cuerpo inerte, arrastrado bajo sus ojos fuera de aquella
misma estancia, llegó hasta la mente de Leto. Sabía que era el cuerpo de Yueh.
—¿Oyes ese ruido, Duque Leto? —preguntó el Barón.
Leto tuvo consciencia de un sonido como el reclamo nocturno de una rana, el
grito ahogado de alguien en agonía.
—Hemos capturado a uno de tus hombres disfrazado de Fremen —dijo el Barón
—. Nos ha sido fácil descubrirle: los ojos, naturalmente. Insiste en decir que fue
enviado entre los Fremen para espiarlos. Pero, querido primo, yo he vivido durante
cierto tiempo en este planeta. Uno no espía a esa escoria del desierto. Dime, ¿acaso
has comprado su ayuda? ¿Han mandado a tu mujer y a tu hijo entre ellos?
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