Page 192 - Dune
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Dice una leyenda que, en el instante en que el Duque Leto Atreides murió, un meteoro
atravesó el cielo encima del ancestral palacio de Caladan.
PRINCESA IRULAN, Introducción a la Historia de Muad’Dib para niños
El Barón Vladimir Harkonnen estaba de pie junto a una de las lucernas del transporte
ligero que había decidido usar como puesto de mando. Afuera podía ver la llameante
noche de Arrakeen. Su atención se centró en la lejana Muralla Escudo, donde estaba
operando su arma secreta.
La artillería pesada.
Los cañones arrasaban las cavernas donde los hombres del Duque habían
encontrado refugio para una última y desesperada resistencia. Lentos y medidos
relámpagos de luz anaranjada, lluvia de rocas y polvo entrevistos por breves instantes
a la luz de las explosiones… y los hombres del Duque sitiados por siempre allí
dentro, destinados a morir de hambre, cazados como animales en sus madrigueras.
El Barón oía el distante retumbar… el martilleo incesante que le llegaba en
vibraciones transmitidas por el metal de la nave:
Bruuum… bruuum. Y luego: ¡BRUUUM-bruuum!
¿Quién habría pensado en hacer revivir la artillería en estos días de escudos?,
pensó con una risita mental. Pero era predecible que los hombres del Duque se
precipitarían hacia aquellas cavernas. Y el Emperador sabrá apreciar mi
clarividencia que ha preservado las vidas de nuestras mutuas fuerzas.
Ajustó uno de los pequeños suspensores que protegían su grueso cuerpo de los
tirones de la gravedad. Una sonrisa curvó su boca, formando arrugas en sus gruesas
mejillas.
Qué pena destruir unos soldados tan valerosos como los del Duque, pensó. Su
sonrisa se hizo más amplia. ¡Qué pena tener que ser cruel! Asintió. El fracaso era,
por definición, condenable. Todo el universo estaba allí, al alcance de la mano del
hombre que supiera tomar las decisiones correctas. Había que hacer correr a los
conejos para que se escondieran en sus madrigueras. De otro modo, ¿cómo podrían
ser dominados y criados? Imaginó a sus soldados como abejas haciendo correr a los
conejos. Y pensó: El día está repleto de un dulce zumbido cuando hay tantas abejas
trabajando para ti.
Una puerta se abrió detrás de él. El Barón estudió el reflejo en la oscura lucerna
antes de volverse.
Piter de Vries avanzaba a través de la cámara, seguido por Umman Kudu, el
capitán de la guardia personal del Barón. Al otro lado de la puerta se movían más
hombres, su guardia, cuyos rostros adoptaban prudentemente la expresión de carneros
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