Page 188 - Dune
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—¿Lo harás, cachorro? —preguntó Czigo.
               La voz de Paul era convenientemente hosca.
               —Sí.

               El cuchillo descendió y cortó las ligaduras de sus piernas. Paul sintió la mano en
           su  espalda  que  le  empujaba  afuera  hacia  la  arena,  fingió  perder  el  equilibrio  y  se
           agarró al montante para recuperarlo, se volvió como para sostenerse, y lanzó su pie

           derecho bruscamente hacia adelante.
               La  puntera  estaba  apuntada  con  una  precisión  fruto  de  largos  años  de
           adiestramiento,  como  si  todo  aquel  entrenamiento  se  concentrara  en  aquel  preciso

           instante. Casi cada músculo de su cuerpo cooperó en emplazar el golpe en el lugar
           exacto. La puntera golpeó la parte blanda del abdomen de Czigo exactamente bajo el
           esternón, percutió con una terrible fuerza contra el hígado y a través del diafragma, y

           terminó en el ventrículo derecho del corazón del hombre.
               Con  un  gemido  estrangulado,  el  guardia  fue  proyectado  hacia  atrás  contra  los

           asientos. Paul, imposibilitado de usar sus manos, siguió su caída hacia la arena, dando
           una  pirueta  y  volviendo  a  alzarse  al  mismo  instante.  Saltó  de  nuevo  a  la  cabina,
           encontró  el  cuchillo  y  lo  apretó  entre  sus  dientes  mientras  su  madre  cortaba  sus
           propias ligaduras. Después Jessica lo cogió a su vez y liberó las manos de su hijo.

               —Hubiera podido arreglármelas con él —dijo—. Él mismo hubiera soltado mis
           ligaduras. Ha sido un riesgo estúpido.

               —He visto una oportunidad y la he aprovechado —dijo él.
               Ella notó el firme control de su voz y dijo:
               —Hay el signo de la casa de Yueh grabado en el techo de esta cabina.
               El levantó los ojos y miró el ensortijado símbolo.

               —Salgamos y examinemos este aparato —dijo Jessica—. Hay un paquete bajo la
           silla del piloto. Lo he notado cuando hemos entrado.

               —¿Una bomba?
               —Lo dudo. Hay algo extraño aquí.
               Paul saltó a la arena y Jessica le siguió. Se volvió, metió la mano bajo el asiento
           buscando el extraño bulto. Rozó con su rostro los pies de Czigo, y notó al sacarlo que

           el paquete estaba húmedo. Se dio cuenta que era sangre del piloto.
               Lástima de humedad, pensó, y se dijo que aquel era un pensamiento arrakeno.

               Paul  miraba  a  su  alrededor,  viendo  la  escarpada  roca  que  despuntaba  en  el
           desierto  como  una  playa  invadida  por  el  mar,  y  más  adelante  las  empalizadas
           esculpidas por el viento. Se volvió, mientras su madre extraía el paquete del tóptero,

           y siguió su mirada a través de las dunas hacia la Muralla Escudo. Entonces vio lo que
           había atraído la atención de su madre: vio otro tóptero descendiendo hacia ellos, y
           comprendió que no tenían tiempo de sacar los dos cuerpos del aparato y huir con él.

               —¡Corre, Paul! —gritó Jessica—. ¡Son Harkonnen!




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