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Arrakis enseña la actitud del cuchillo… cortar lo que es incompleto y decir: «Ahora ya
está completo porque acaba aquí».
De Frases escogidas de Muad’Dib, por la PRINCESA IRULAN
El hombre con uniforme Harkonnen se detuvo al final del corredor y observó a Yueh,
abarcando en una sola mirada el cuerpo de Mapes, la forma inmóvil del Duque, y a
Yueh de pie a su lado. Había un aire casual de brutalidad en él, una sensación de
dureza y arrogancia que hicieron estremecer a Yueh.
Sardaukar, pensó Yueh. Un Bashar, a juzgar por su aspecto. Probablemente uno
de los enviados por el Emperador para controlar como van las cosas aquí. No
importa el uniforme que lleven, nada puede disimularlos.
—Tú eres Yueh —dijo el hombre. Miró especulativamente el anillo de la Escuela
Suk que recogía el cabello del doctor, echó una ojeada al tatuaje diamantino de su
frente y luego clavó sus ojos en los de Yueh.
—Soy Yueh —dijo el doctor.
—Puedes relajarte, Yueh —dijo el hombre—. Apenas has anulado los escudos de
la casa hemos penetrado inmediatamente. Todo está bajo control. ¿Es este el Duque?
—Es el Duque.
—¿Muerto?
—Sólo inconsciente. Aconsejo que sea atado.
—¿Qué has hecho con los otros? —miró en dirección al cuerpo de Mapes tendido
en el corredor.
—Es lamentable —murmuró Yueh.
—¡Lamentable! —se burló el Sardaukar. Avanzó y bajó sus ojos hacia Leto—.
Así que este es el gran Duque Rojo.
Si tuvieras dudas acerca de la identidad de este hombre esto bastaría para
anularlas, pensó Yueh. Sólo el Emperador llama a los Atreides los Duques Rojos.
El Sardaukar se inclinó y arrancó la insignia del halcón rojo del uniforme de Leto.
—Un pequeño recuerdo —dijo—. ¿Dónde está el anillo ducal?
—No lo lleva puesto —dijo Yueh.
—¡Ya lo veo! —cortó el Sardaukar.
Yueh se envaró y deglutió. Si me presionan, si traen una Decidora de Verdad,
descubrirán lo que he hecho con el anillo, lo del tóptero que he preparado… y todo
terminará.
—A veces el Duque envía el anillo con un mensajero para probar que la orden
viene directamente de él —dijo Yueh.
—Ha de ser un mensajero condenadamente fiel —gruñó el Sardaukar.
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