Page 199 - Dune
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Probablemente tiene razón, pensó Leto. Si no fuera por el diente… y por el hecho
           de que en realidad no sé dónde se encuentran.
               El Barón pinchó un trozo de carne y lo llevó a su boca, masticándola lentamente,

           engulléndola. Hay que probar alguna otra cosa, pensó.
               —Observa a este prisionero que niega estar en venta —dijo—. Obsérvalo bien,
           Piter.

               Y el Barón pensó: ¡Sí!  Míralo,  este  hombre  que  cree  no  poder  ser  comprado.
           ¡Míralo detenidamente, mientras un millón de fragmentos de sí mismo están siendo
           vendidos al detalle cada instante de su vida! Si lo cogieras en este momento y lo

           sacudieras, todo él sonaría a vacío. ¡Vendido! ¿Qué diferencia hay en que muera de
           una y otra forma?
               Los sonidos de rana tras la puerta se interrumpieron bruscamente.

               El Barón vio a Umman Kudu, el capitán de los guardias, aparecer en el umbral y
           agitar la cabeza. El prisionero no había dado la información solicitada. Otro fracaso.

           Era ya tiempo de dejar de contemporizar con aquel idiota estúpido del Duque, que no
           quería darse cuenta de lo cerca de él que estaba el infierno… sólo al espesor de un
           nervio de distancia.
               Este pensamiento calmó al Barón, venciendo su reluctancia a someter a un noble

           al dolor. Se vio de pronto a sí mismo como a un cirujano preparado para practicar
           infinitas disecciones… arrancando las máscaras a los idiotas y exponiendo el infierno

           que había debajo de ellas.
               ¡Conejos, todos ellos conejos!
               ¡Y cómo huían temblando apenas veían a un carnívoro!
               Leto miró fijamente a través de la mesa, preguntándose qué estaba esperando. El

           diente pondría fin a todo muy rápidamente. Pero… la vida había sido tan hermosa en
           su  mayor  parte.  Se  descubrió  a  sí  mismo  recordando  un  milano  real  antenado

           suspendido sobre el cielo de Caladan, y a Paul riendo de alegría al contemplarlo. Y
           recordó el sol del alba, aquí en Arrakis… y las estrías de color de la Muralla Escudo
           difuminadas por la bruma de polvo.
               —Tanto  peor  —murmuró  el  Barón.  Echó  su  silla  hacia  atrás,  se  levantó  con

           ligereza con la ayuda de sus suspensores, y vaciló notando un súbito cambio en la
           expresión del Duque. Le vio inspirar profundamente, y que su mandíbula se había

           endurecido. Un músculo se estremeció en el momento en que el Duque cerró con
           fuerza su boca.
               ¡Cuánto miedo me tiene!, pensó el Barón.

               Aterrado  ante  el  temor  de  que  el  Barón  pudiera  escapársele,  Leto  mordió
           salvajemente la cápsula en el diente y la notó romperse. Abrió la boca y expelió el
           pungente vapor que sentía formarse sobre su lengua. El Barón pareció hacerse más

           pequeño, una figura vista a través de un túnel que se alejara. Leto oyó un jadeo junto




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