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P. 213

AUTOR                                                                                               Libro
               precipita contra el suelo.
                     ¡Síííí!  La  palabra resonó en mi cabeza cuando atravesé como un cuchillo la
               superficie del agua. Estaba helada, aún más fría de lo que me había temido, pero eso
               únicamente acrecentó aquella sensación de subidón.
                     Mientras seguía bajando hacia las profundidades de aquellas aguas gélidas y
               negras, me sentí orgullosa de mí misma. No había sufrido ni un instante de terror;
               sólo pura adrenalina. En realidad, la caída no era tan escalofriante. ¿Dónde estaba el
               desafío?
                     Fue en ese momento cuando me atrapó la corriente.
                     Me había preocupado tanto por la altura del acantilado y por el evidente
               peligro de aquella escarpada pared que no había pensado para nada en las oscuras
               aguas que me esperaban abajo. Ni siquiera había llegado a imaginar que la verdadera
               amenaza acechaba debajo de mí, tras la hirviente espuma.
                     Sentí cómo las olas se disputaban mi cuerpo, tirando de él como si estuvieran
               decididas a partirlo en dos para compartir el botín. Sabía cuál era la forma de luchar
               contra la marea: mejor nadar en paralelo a la playa en vez de esforzarme por llegar a
               la orilla, pero ese conocimiento no me servía de mucho, puesto que ignoraba dónde
               se encontraba la orilla.
                     Ni siquiera sabía dónde estaba la superficie.
                     Las aguas furiosas se veían negras en todas las direcciones; no había ninguna
               luz que me orientara hacia arriba. La gravedad era omnipotente cuando competía
               con el aire, pero no tenía ni una oportunidad contra las olas. Yo no sentía su tirón
               hacia abajo, ni notaba que mi cuerpo se hundiera en ninguna dirección. Únicamente

               experimentaba el embate de la corriente que me llevaba de un lado a otro como una
               muñeca de trapo.
                     Luché por guardar el aliento en mi interior, por tener los labios sellados para no
               dejar escapar mi última provisión de oxígeno.
                     No me sorprendió que la ilusión de Edward estuviera allí. Teniendo en cuenta
               que me estaba muriendo, me lo debía. Lo que sí me sorprendió fue lo segura que
               estaba de que me iba a ahogar; de que ya me estaba ahogando.
                     ¡Sigue nadando!, me apremió Edward dentro de mi cabeza.
                     El frío del agua me estaba entumeciendo piernas y brazos. Ya no notaba las
               bofetadas de la corriente. Ahora sentía más bien una especie de vértigo mientras
               giraba indefensa dentro del mar.
                     Pero le hice caso. Me obligué a mí misma a seguir braceando y a patalear con
               más fuerza, aunque en cada instante me movía en una dirección diferente. No podía
               estar haciendo nada útil. ¿Qué sentido tenía?
                     ¡Lucha!, gritó Edward. ¡Maldita sea, Bella, sigue luchando!
                     ¿Por qué?
                     Ya no quería seguir peleando. Y no eran ni el mareo ni el frío ni el fallo de mis
               brazos debido al agotamiento muscular los que me hacían resignarme a quedarme
               donde estaba. No. Me sentía casi feliz de que todo estuviera a punto de acabar. Era
               una   muerte   mejor   que   las   otras   a   las   que   me   habría   enfrentado,   una   muerte




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