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AUTOR                                                                                               Libro
               curiosamente apacible.
                     Pensé brevemente en los tópicos, como el de que supuestamente uno ve desfilar
               su vida entera ante sus ojos. Yo tuve más suerte. Además, ¿para qué quería una
               reposición?
                     Le estaba viendo a él, y no tenía ya voluntad de luchar. Su imagen era vívida,
               mucho más definida que cualquier recuerdo. Mi subconsciente había almacenado a
               Edward con todo detalle, sin fallo alguno, reservándolo para este momento final.
               Podía ver su rostro perfecto como si realmente estuviera allí; el matiz exacto de su
               piel gélida, la forma de sus labios, la línea de su mentón, el destello dorado en sus
               ojos encolerizados. Como era natural, le enfurecía que yo me rindiera. Tenía los
               dientes apretados y las aletas de la nariz dilatadas de rabia.
                     ¡No! ¡Bella, no!
                     Su voz sonaba más clara que nunca a pesar de que el agua helada me llenaba
               los oídos. Hice caso omiso de sus palabras y me concentré en el sonido de su voz.
               ¿Por qué debía luchar si estaba tan feliz en aquel sitio? Aunque los pulmones me
               ardían por falta de aire y las piernas se me acalambraban en el agua gélida, estaba
               contenta. Ya había olvidado en qué consistía la auténtica felicidad.
                     Felicidad. Hacía que la experiencia de morir fuese más que soportable.
                     La corriente venció en ese momento y me lanzó violentamente contra algo duro,
               una roca invisible entre las tinieblas. La roca me golpeó en el pecho con dureza, como
               una barra de hierro, y el aire escapó de mis pulmones y salió por mi boca en una
               nube de burbujas plateadas. El agua inundó mi garganta, me asfixiaba, me quemaba,
               mientras la barra de hierro parecía tirar de mí, apartándome de Edward hacia las

               oscuras   profundidades,   hacia   el   lecho   oceánico.  Adiós.   Te   amo,  fue   mi   último
               pensamiento.








































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