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AUTOR                                                                                               Libro
                     De   pronto,   enfermé   de   culpabilidad.   Pensar   en   el   salto   absurdo   desde   el
               acantilado hizo que me sintiera realmente mal. Nadie debería estar preocupándose
               por mí en esos instantes. ¡Qué momento más estúpido para volverse temeraria!
                     —¿Qué puedo hacer? —le pregunté.
                     Entonces la lluvia dejó de empaparnos. No me di verdadera cuenta de que
               habíamos llegado a casa de Jacob hasta que cruzamos la puerta. El vendaval azotaba
               el tejado.
                     —Podrías quedarte aquí—repuso Jacob mientras me depositaba en el pequeño
               sofá-—. Vamos, que no te muevas de esta casa. Te traeré alguna ropa seca.
                     Dejé que mis ojos se acostumbraran a la oscuridad de la estancia mientras Jacob
               iba de un lado para otro en su cuarto. La atestada habitación de la entrada parecía
               muy   vacía   sin   Billy,   casi   desolada.   Tenía   un   aspecto   extrañamente   ominoso,
               probablemente sólo porque yo sabía dónde estaba.
                     Jacob regresó en cuestión de segundos y me arrojó una pila de prendas de
               algodón gris.
                     —Te estarán grandes, pero no he encontrado nada mejor. Yo... esto... saldré
               fuera para que te puedas cambiar.
                     —No   te   vayas   a   ninguna   parte.   Estoy   demasiado   cansada   para   moverme
               todavía. Quédate conmigo.
                     Jacob se sentó en el suelo junto a mí y apoyó la espalda contra el sofá. Me
               pregunté cuándo habría sido la última vez que había dormido. A juzgar por su
               aspecto, estaba tan exhausto como yo.
                     Reclinó la cabeza sobre el cojín que estaba al lado del mío y bostezó.

                     —Ojalá pudiera descansar un minuto.
                     Cerró los ojos. Yo también dejé que los míos se cerraran.
                     Pobre Harry. Pobre Sue. Sabía que Charlie estaría con ellos. Era uno de sus
               mejores amigos. A pesar del pesimismo de Jacob, deseé fervientemente que Harry lo
               superara. Por el bien de Charlie. Por Sue, por Leah, por Seth.
                     El sofá de Billy estaba al lado del radiador, así que ahora me sentía caliente a
               pesar de mis  ropas   empapadas.  Me   dolían   los  pulmones   de  un  modo   que  me
               empujaba hacia la inconsciencia más que a mantenerme despierta. Me pregunté
               vagamente si echar una cabezada sería una mala idea... si terminaría mezclando el
               ahogo con la conmoción cerebral. Jacob comenzó a roncar suavemente y me arrulló
               como si fuera una nana. Me quedé dormida enseguida.
                     Disfruté un sueño normal por vez primera en mucho tiempo. Sólo efectué un
               vagabundeo difuso por los viejos recuerdos: cegadoras visiones brillantes del sol de
               Phoenix, el rostro de mi madre, una destartalada casita en un árbol, un edredón
               usado, una pared de  espejos,  una llama  en el agua  negra...  Iba olvidando  una
               conforme pasaba a la siguiente, las olvidé todas...
                     ... salvo la última, que quedó grabada en mi mente. No tenía sentido, sólo era
               un decorado en un escenario consistente en un balcón con una luna pintada colgada
               del cielo. Vi a la chica vestida con un camisón inclinarse sobre la baranda y hablar
               consigo misma.




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