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AUTOR                                                                                               Libro
               historia. «Julieta se conforma con Paris» nunca habría sido un éxito.
                     Cerré los ojos y me dejé ir de nuevo. Permití a mi mente que vagara lejos de esa
               estúpida obra de teatro en la que no quería volver a pensar, y en vez de eso regresé a
               la realidad para cavilar sobre el necio error de los saltos de acantilado; y no sólo el
               acantilado, sino también las motos y mi comportamiento alocado a lo Evel Knievel .
                                                                                                         2
               ¿Qué habría ocurrido de haberme pasado algo malo? ¿Qué habría supuesto eso para
               Charlie? El repentino ataque al corazón de Harry me había puesto las cosas  en
               perspectiva.   Una   perspectiva   que   yo   no   quería   afrontar   porque   significaba   que
               tendría que cambiar mis costumbres. ¿Podría vivir así?
                     Tal vez. No iba a ser fácil; de hecho, sería triste de verdad el abandonar mis
               alucinaciones para intentar madurar,  pero quizá debería hacerlo. Incluso podría
               llegar a conseguirlo. Si tuviera a Jacob.
                     No podía tomar esa decisión justo en ese momento. Dolía demasiado. Tendría
               que pensar en otra cosa.
                     Mientras me esforzaba en encontrar algo agradable en lo que pensar, le estuve
               dando   vueltas   a   las   imágenes   del   atolondrado   comportamiento   de   la   tarde:   la
               sensación del aire en la cara al caer, la negrura del agua, la succión de la corriente, el
               rostro de Edward —me demoré en ella durante un buen rato—, las cálidas manos de
               Jacob mientras intentaba devolverme a la vida, la lluvia que nos atacaba desde las
               nubes púrpuras como miles de aguijones, la extraña llama entre las olas...
                     Recordé   la   llama   de   color   sobre   las   aguas   con   un   cierto   sentimiento   de
               familiaridad. Desde luego, no podía ser fuego de verdad...
                     El   chapoteo   de   un   coche   en   la   carretera   enlodada   cortó   el   hilo   de   mis

               pensamientos. Oí cómo frenaba delante de la casa y también el estrépito de puertas
               que se abrían y cerraban. Pensé que debía sentarme y después decidí pasar de la
               idea.
                     Era fácil identificar la voz de Billy, aunque habló en voz baja, algo poco habitual
               en él, por lo que quedó reducida a un gruñido grave.
                     Se abrió la puerta y alguien encendió la luz. Parpadeé, momentáneamente
               cegada. Jake se despertó sobresaltado, jadeando mientras se incorporaba de un salto.
                     —Lo siento —refunfuñó Billy—. ¿Os hemos despertado?
                     Mis ojos enfocaron lentamente su rostro y después, cuando pude interpretar su
               expresión, se llenaron de lágrimas.
                     —¡Oh, no, Billy! —gemí.
                     El aludido asintió con un gesto lento. Tenía el rostro endurecido por la pena.
               Jake se acercó presuroso a su padre y le tomó de la mano. La pena le rejuveneció
               hasta conferir a su rostro un aspecto repentinamente aniñado, lo cual resultaba una
               extraña culminación a su cuerpo de hombre.
                     Sam se hallaba detrás de Billy. Empujó la silla para que cruzara la puerta. La
               angustia había reemplazado a la habitual compostura de su cara.

               2  [N. del T.] Piloto de motos de conducción temeraria que entró en el libro Guinness de los
               récords por el número de huesos rotos.





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