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Las mariposas asaltaron mi estómago mientras pensaba si volvía o no el rostro.
Entonces, con la misma claridad que si me hubiera puesto en riesgo inmediato,
la voz aterciopelada de Edward me susurró al oído: Sé feliz.
Me quedé helada.
Jacob sintió cómo me ponía rígida, me soltó de forma automática y se volvió
para abrir la puerta.
Espera, me hubiera gustado decirle. Sólo un momento. Pero seguí paralizada en
mi asiento, escuchando el eco de la voz de Edward en mi mente.
De pronto, entró en el coche un soplo de aire, frío como el de una tormenta.
—¡Arg! —Jacob espiró con fuerza, como si alguien le hubiera golpeado en la
barriga—. ¡Vaya mierda!
Cerró la puerta de golpe al tiempo que giraba la llave del encendido. Le
temblaban tanto las manos que yo no sabía cómo se las iba a arreglar para hacerlo.
—¿Qué ocurre?
Aceleró demasiado rápido, así que el motor petardeó y se caló.
—Vampiro —espetó.
La sangre huyó de mi cabeza, por lo que me sentí mareada.
—¿Cómo lo sabes?
—¡Porque puedo olerlo! ¡Maldita sea!
Los ojos de Jacob brillaban salvajes mientras rastreaba la calle oscura. No
parecía consciente de los temblores que recorrían su cuerpo.
—¿Entro en fase o la saco de aquí antes? —murmuró para sí mismo.
Me miró durante una fracción de segundo, tiempo suficiente para percatarse de
mis ojos dilatados por el terror y mi pálida faz; después, se volvió para rastrear la
calle otra vez.
—De acuerdo. Primero te saco de aquí.
El motor arrancó con un rugido. Las cubiertas chirriaron mientras le daba la
vuelta al coche para girar hacia nuestra única ruta de escape. Las luces delanteras
barrieron el pavimento e iluminaron la línea frontal del bosque oscuro, y finalmente
se reflejaron en un coche aparcado al otro lado de la calle, donde estaba mi casa.
—¡Frena! —jadeé.
Conocía ese vehículo negro, yo, que era el polo opuesto a un aficionado a los
coches, podía decirlo todo sobre ese vehículo en particular. Era un Mercedes S55
AMG. Sabía de memoria cuántos caballos de potencia tenía y el color de la tapicería.
Conocía la sensación de ese motor potente susurrando a través de la carrocería.
Había sentido el olor delicioso de los asientos de cuero y el modo en que los cristales
tintados hacían que un mediodía pareciera un atardecer.
Era el coche de Carlisle.
—¡Frena! —grité otra vez, y más fuerte, porque Jacob estaba haciendo correr el
coche calle abajo.
—¡¿Qué?!
—No es Victoria. ¡Para, para! Quiero volver.
Pisó con tal fuerza el freno que tuve que sujetarme para no darme un golpe
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