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Venezolanidad - ¿Una ciudadanía signada por la desesperanza?
Psicólogo Yubiris Terán. @yubi_teran, Vicaria de DDHH de La Arquidiócesis de Barquisimeto, miembro
de la red ApoyaT y de la Fundación Na´waraos
Nos acercamos a primera mitad del año 2.020, en medio de una situación
totalmente nueva para todos. No hay un rincón del mundo en el que la ciudadanía
estuviese realmente preparada para una pandemia como el Covid-19.
Hoy, mientras en la ciudad de Miami, se reactiva la economía, los venezolanos
estamos pagando gasolina a un precio impagable, comprando bicicletas para
movilizarnos (quienes pueden), en fin… resolviendo las innumerables carencias a las
cuales nos hemos ido adaptando. Las conversaciones transcurren entre las
estrategias para ahorrar el agua, como usar un solo baño y bañarse con perolita para
controlar el gasto de agua, hasta el “contacto, que es el primo de un amigo” para
comprar gasolina.
Y mientras, rezándole a papá Dios porque “no nos quiten la luz esta noche”, pero ya
armados con repelente, ventilador recargable (los más pudientes), y dispositivos
electrónicos cargados. Eso, hasta al menos hace más o menos una o dos semanas,
cuando el patrón era más o menos “regular” y se podía más o menos “predecir” (“ayer
no me quitaron la luz, así que hoy, tipo 6, me la deben estar quitando). Y ante la
invitación: “vamos a cacerolear, cuando se vaya la luz ésta noche”, la respuesta es …
(grillitos cantando). Cuando se increpa el silencio resultante, las respuestas van desde:
• “Cacerolas no tumban gobierno”
• “Si caceroleamos, nos darán más duro con la luz”
• “En tal comunidad cacerolearon y les cayeron a piedras”
• “Ya estoy cansado de cacerolear”
A decir verdad, ninguno dice lo obvio y estridente: Nada más por donde nacen los
crepúsculos doce nuevos presos políticos civiles, que protestaban por falta de servicios
básicos, cinco en Barquisimeto y siete en El Tocuyo, Edo. Lara. Tres de ellos presentan
condiciones especiales de salud. Y es que, la verdad sea dicha, es tan dura la verdad,
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