Page 227 - Libros de Caballerías 1879
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                     PRI MALEÓN


     viendo que no tenía con qué resistiese sus  fuertes
     golpes, se abrazó por el escudo de Pandaro, y cu-
     briéndose con  él, que muy pesado era, comenzaron
     entre  sí otra batalla, tal que la primera, en compa-
     ración de ésta, parecía nada, porque como el gigan-
     te viniese holgado y fuese de los más fuertes del
     mundo, y como a Primaleón viniese a la memoria
     que en aquella fortaleza estaba don Duardos preso,
     peleaba tan animosamente que  el patio por donde
     andaban estaba lleno de sangre que de entramos sa-
     lía, puesto caso que  el gigante andaba peor por  la
     ligereza de Primaleón, que se le defendía trayén-
     dole ya  el escudo tan deshecho que no tenía con
     qué  se amparar; y desta manera anduvieron en  la
     batalla  la mayor parte del  día, trayendo cada uno
     tales heridas que  el des fallecimiento de sangre que
     dellos salía hacía los golpes ser de menos fuerza ; en
     este tiempo fué  el gigante tan congojado y ahogado
     del trabajo de  las armas que cayó como  si  fuera
     muerto. Primaleón, que así  lo pensó, se sentó so-
     bre un poyo, tan cansado de  lo mucho que había
     hecho, que no podía menearse. Dramusiando, que
     vio  el fin de  la batalla, bajaba al patio  al tiempo
     que Primaleón quería subir allá riba. Dramusiando
     le dijo:
       — (Caballero,  si  quisiésedes haber duelo de  vos,
     bien  sería que os rindiésedes a mí y curaran de
     vuestras heridas, ganadas con tanta honra  y  que os
     ponen la vida en tanto peligro.
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