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PALMERÍN DE INGLATERRA
ras que por él pasaron y muy triste porque ningu-
na della fué tal que le diesen nuevas de don Duar-
dos. Venía en un caballo morcillo, vestido de armas
de verde y leonado, trayendo ocupados los ojos en
ía suavidad que aquellos árboles y corrientes de
aguas hacían a quien a vista della caminaba; y así
allegó a la puente al tiempo que don Duardos acaba-
ba de enlazar el yelmo y de tomar una gruesa lan-
za; estaba en un hermoso caballo alazán del gigan-
te, armado de armas negras sembradas de fuegos,
en el medio dellas unos corazones que ardían; en
el escudo, en campo negro, la tristeza, puesta por
tal arte, que ella misma enseñaba su nombre a quien
no la conocía. Primaleón, que así le vio, le dijo
—Señor caballero, ¿no daréis licencia a quien de-
sea ver esa fortaleza que lo pueda hacer sin pasar
por la furia de vuestras manos?
—La costumbre de la entrada os diré — dijo don
Duardos— , y es que habéis de justar conmigo ; y si
me venciéredes, pasares por otros peligros dudosos,
y entonces podréis ver lo que deseáis.
Dicho esto, apartándose Id necesario se encontra-
ron con tanta fuerza, que las lanzas volaron en me-
nudas piezas y tomando otras dos lanzas muy más
;
gruesas que las otras, pasaron la segunda y tercera
y cuarta carrera sin ninguno llevar ventaja; mucho
se espantaron de la fortaleza uno del otro, mas a la
quinta se toparon de ¡los cuerpos con tanta fuerza,
que juntamente vinieron al suelo ; mas como en en-
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