Page 225 - Libros de Caballerías 1879
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                      PRIMALEÓN

      tramos hobiese tanto ánimo, luego  se  levantaron.
      Primaleón, con gran coraje de se ver así caer, echó
      mano a su espada, y embrazando su escudo se vino
      para don Duardos. Mas don Duardos, como hobiese
      probado muchos caballeros y ninguno tanto le había
      turado en la silla como aquél y le había así dero-
     cado, púsole luego en muy gran sospecha lo que po-
      dría ser y oyéndole hablar conoció verdaderamente
      ser aquel que había pensado, y apartándose afue-
      ra, le dijo:                    )           i
                                          \   \     .
       —Señor   Primaleón,  yerro sería pensar ninguno
     que en ninguna cosa se puede igualar con vos.
       Primaleón le conoció en la habla, y dejando la es-
     pada le fué abrazar, mas en esto abrieron las puer-
     tas y Pandaro le llamó que se recógese, que Dramu-
      siando lo mandaba. Así que no tuvo tiempo para
     más que decille que se iba a su prisión. Primaleón
      se fué tras él, y a la entrada de la puerta el gigante
     le recibió armado de hojas de acero, de que todo
     venía cubierto; en la mano derecha traía una maza
     de hierro pesada y en la otra traía un escudo, cer-
     cado de arcos del mismo metal, diciendo:
       —Agora quiero ver  si esfuerzo o maña os salvan
     de mis manos.
       —Mayor detenimiento —dijo Primaleón—     sería

     querer responderte lo que esas palabras locas mere-
      cen que quebrar la soberbia con que son dichas.
        Mas Pandaro bajaba ya con un golpe tal, que el
      escudo de Primaleón, en que dio, fué hecho piezas,
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