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LOS ARDIDES DE ARCALAUS


      no podía; peto el Rey, que era el más leal del mun-
      do, dijo:
        —No vos pese; que más conviene la pérdida de
      mi hija que íalta de mi palabra, porque lo uno daña
      a pocos e lo otro al general.
        E mandó que luego  le trajesen  allí su  fija.
        Cuando la Reina e las dueñas e doncellas esto oye-
      ron comenzaron a fazer el mayor duelo del mundo;
      mas el Rey las mandó acoger a sus cámaras, e man-
      dó a todos  los suyos que no llorasen,  so pena de
      perder su amor. En esto llegó la muy fermosa uria-
      na ante el Rey como atónita, y cayéndole a los pies,
      le dijo:
        —Padre, señor, ¿ qué es esto que queréis facer ?
        —Fágolo —dijo el Rey— por no quebrar mi pa-
      labra.
        E dijo contra el caballero:
        —Veis aquí   el don que pedistes; ¿queréis que
      vaya con ella otra compaña?
        —Señor —dijo   el caballero— , no traigo comigo
      sino dos  caballeros  e dos escuderos,  aquellos con
      que vine a vos a Vindilisora,  e otra compaña no
      puedo llevar; mas yo vos digo que no ha de qué
      temer fasta que la yo ponga en la mano de aquel a
      quien la he de dar.
                                          el Rey—
        —Vaya con ella una doncella —dijo          si
      quisierdes, porque más honra  e honestidad  sea, e
      no vaya entre vos sola.
        El caballero lo otorgó.

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