Page 85 - En el corazón del bosque
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tempranas.  Siempre  tengo  que  valorar  si  es  conveniente  hablarle  o  no.  Me
      levanto muy temprano, por cierto; siempre lo he hecho. Cuando era un chaval
      solía salir a correr muy pronto por las mañanas. Ahora ya no puedo hacerlo, por
      supuesto. Mis piernas no lo aguantarían. Aunque sólo yo tengo la culpa de eso,
      claro.
        —Difícilmente  es  culpa  suya  —opinó  Noah—.  No  puede  evitar  hacerse
      viejo.
        —Ahora ya no puedo, eso es verdad —admitió el anciano, asintiendo con la
      cabeza—. Pero yo no tenía que envejecer. Fue una decisión que tomé.
        —¿Cómo  puede  haber…?  —empezó  Noah,  pero  ahora  fue  el  viejo  quien
      miró por la ventana.
        —El  sol  va  a  ponerse  muy  pronto  —comentó—.  Recuerdo  una  vez  que  vi
      ponerse el sol en la bahía de Watson, en Sídney, y esa misma noche corrí hasta la
      punta más al sur de España para verlo salir otra vez.
        —Debió de cansarse mucho —dijo Noah con cara de asombro.
        —Bueno, sí; no soy más que un ser humano —contestó el viejo sonriendo.
        —Yo sólo he visto salir el sol una vez —dijo Noah en voz baja—. En mi casa,
      por supuesto.
        —Ah, ¿tú también eres madrugador? —bromeó el anciano.
        —Qué va. A veces mi padre me amenaza con arrojarme un cubo de agua si
      no  me  levanto.  Es  extraño…  siempre  me  quejo  cuando  es  hora  de  irme  a  la
      cama, pero luego me quejo aún más a la hora de levantarme. No tiene mucho
      sentido, ¿no?
        —Ésa —dijo el viejo dando golpecitos con un dedo sobre la mesa— es una de
      las grandes paradojas de la vida. ¿Fue memorable ese amanecer que viste?
        Noah tragó saliva y apartó la mirada. Esperó un rato antes de responder, y al
      final lo hizo casi en un susurro:
        —Sí. Creo que jamás lo olvidaré.
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