Page 80 - En el corazón del bosque
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—Hay cosas peores en la vida que no ganar medallas —intervino papá—. La
      juventud es un trofeo en sí misma. Míreme a mí, soy viejo y mis piernas ya no
      funcionan como deberían. Tengo artritis en la espalda. Estoy ciego de una oreja
      y sordo de un ojo.
        —Lo has dicho al revés, papá —le dije.
        —Qué va. No lo he dicho al revés, hijo mío. Y eso lo vuelve todavía peor.
        —Todo  esto  es  muy  interesante  —intervino  Quaker,  y  consultó  el  reloj—,
      pero he de tomar un tren y no puedo quedarme aquí charlando todo el día. Confío
      en  poder  informar  a  mi  comité  que  has  accedido  a  participar.  Lo
      consideraríamos un gran honor.
        —Me encantaría, de verdad —contesté con una sonrisa de oreja a oreja.
        —Pero ¡y el colegio! —exclamó papá, consternado—. ¡Y tu educación!
        —No  hace  falta  que  se  preocupe  en  ese  sentido,  señor  —terció  Quaker,
      golpeando tres veces el bastón contra el suelo en rápida sucesión, de forma que lo
      miré fijamente, preguntándome si iba a hacer un truco de magia—. Es nuestra
      política que, por cada centenar de menores en nuestro equipo, haya disponible un
      tutor plenamente cualificado para darles clases. Nos tomamos muy en serio la
      educación de nuestros jóvenes atletas.
        —¿Y  cuántos  niños  van  a  viajar  a  esos  Juegos?  —quiso  saber  mi  padre,
      escéptico—. ¿Habrá otros de su edad?
        —Sólo  su  hijo  —respondió  Quaker  con  orgullo—.  Lo  que  significa  que  no
      habrá necesidad de un tutor y que nos ahorraremos el gasto, y que por tanto no
      desperdiciaremos un solo penique de esos impuestos que tantos esfuerzos le han
      supuesto, señor. —Se inclinó y asestó un suave puñetazo al mostrador—. Todos
      somos ganadores en esta carrera, ¿no es así, señor?
        Mi padre suspiró y apartó la mirada para negar con la cabeza, agotado.
        —¿De  verdad  quieres  ir?  —me  preguntó  al  cabo  de  unos  instantes,
      observándome realizar una serie de calistenias.
        —¡Sí, claro! —exclamé.
        —¿Y prometes que volverás?
        —La vez anterior volví, ¿no?
        —¿Lo prometes? —insistió papá.
        —Lo prometo.
        —Entonces, si de verdad es eso lo que deseas de corazón, no me interpondré
      en tu camino. Debes ir.
        Para  asombro  de  todo  el  mundo,  me  convertí  en  la  primera  persona  que
      ganaba el oro en los 100 metros, los 200 metros, los 400 metros, los 800 metros,
      los 1 500  metros  y  los  10 000  metros  en  los  mismos  Juegos  Olímpicos.  Hasta
      conseguí la plata en los 400 metros vallas, pero quedé tan decepcionado por aquel
      relativo  fracaso  que  preferí  no  volver  a  hablar  de  él,  hasta  ahora,  y  se  borró
      rápidamente de mi biografía oficial. Y me convertí en el único olímpico que ha
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