Page 24 - 12 Kepler
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Tampoco parece que el suyo fuera un nido propicio para ges-
                    tar a un gran científico. Está claro que si acabó siéndolo, no fue
                    por haber nacido ni en el lugar ni en el momento precisos, ni por-
                    que tuviera una educación o un ejemplo a seguir. Hay que atri-
                    buirlo, sencillamente, a su cerebro privilegiado, situado muy lejos
                    en el ala de lo improbable, uno de esos raros genios para los que
                    no cabe buscar ni origenes ni explicación. No solo fue un astró-
                    nomo imprescindible, sino un hombre culto que se interesó por
                    multitud de problemas religiosos, filosóficos, literarios o científi-
                    cos. Quien parecía que  había de morir prematuramente, como
                    muchos de sus tíos y hermanos, mereció el elogio eterno.
                        Pero aunque el enfrentamiento entre los seguidores del papa
                    y la confesión de Augsburgo fue sangriento, irracional y estéril
                    - porque ambos bandos creían casi en lo mismo-, tuvo también
                    su parte buena. Ambos pensaron que su futuro estaba en la educa-
                    ción de los niños y jóvenes. Los duques de Württemberg se preo-
                    cuparon de erigir escuelas de buen nivel educativo y lo mismo
                    estaban haciendo los jesuitas para la Contrarreforma. Así que el
                    pequeño Johannes pudo asistir, aunque intermitentemente, a la
                    escuela de Leonberg, donde se habían instalado sus padres a
                    la vuelta de Flandes. Era una buena escuela, donde los niños eran
                    obligados a hablar en latín entre ellos, aunque esto pueda parecer
                    extraño hoy día. Sin embargo, su educación fue muy intermitente
                    porque los Kepler cambiaron varias veces de localidad y porque
                    sometieron a su rujo a duros trabajos agricolas. En todo caso, en
                    esa escuela hay que buscar el origen del elegante latín que usó el
                    astrónomo para cartearse con los más ilustres científicos de la
                    época y también para escribir sus admirables e insólitas obras. Su
                    prosa fue siempre imaginativa, aunque quizá algo verbosa.
                        Nada hubo en su niñez que hiciera presagiar sus inauditas
                    dotes de matemático, o no tenemos noticia de ninguna precocidad
                    geométrica, al menos que él pensara que fuera digna de recuerdo.
                    Y,  además, sus padres no de.bieron de ser tan malos, a tenor de
                    algunos detalles de ternura: su madre lo llevó a una colina a ver
                    un cometa y su padre a ver un eclipse de Luna. El color bermejo
                    de la Luna en penumbra le causó una impresión indeleble que le
                    inspiró interesantes opúsculos posteriores.





         24         EL ASTRÓLOGO Y VISIONARIO
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