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lógica de la posición de los astros, reconociendo su influencia en
                    su propia vida, que difícilmente puede entenderse que Kepler era
                    incrédulo en cuestiones astrales.
                        De todas formas,  hay que decir que se planteó la astrología
                    con ojos nuevos e investigadores y que se burlaba de los calenda-
                    ristas que, en busca de la fama, aprovechaban «las supersticiones
                    de las mentes necias». No converúa «a los hombres serios ni a los
                    filósofos  arriesgar la fama de su talento y su prestigio con una
                    materia que se ensucia cada año con tantas adivinaciones ridícu-
                    las y hueras». Pero esa consideración, claramente negativa de la
                    astrología, la compatibilizaba con el fume convencimiento de que
                    había que buscar la verdad sobre las relaciones del zodíaco, la
                    posición de los astros especialmente en el nacimiento, y el destino
                    o las inclinaciones humanas. De todas fonnas, proseguía:


                        Buena parte de los principios de esta arte árabe viene a traducirse
                        en nada, no es nada todo lo que forma parte de los secretos de la
                        naturaleza y, por tanto, no debe desecharse junto a naderías. Debe-
                        mos, más bien, apartar las piedras preciosas del estiércol, debemos
                        honrar la gloria de Dios tomando como finalidad la contemplación
                        de la naturaleza.

                        Cuando se casó, según nos cuenta, los astros anunciaban «un
                    matrimonio más apacible que feliz». En el nacinuento de su esposa
                    «los astros Júpiter y Venus no ocupaban una posición favorable».
                    Y cuando nació su primer hijo volvió a consultar las estrellas, que
                    le auguraron lo mejor sobre las cualidades futuras del bebé, aun-
                    que, en este caso, su naturaleza débil no correspondió a la llamada
                    de los astros: murió al poco tiempo. Y bien es sabido que Kepler
                    escribió su propio horóscopo para alcanzar mejores conclusiones
                    experimentando con su propio cuerpo. Para ello, dio tal cantidad
                    de datos sobre su infancia y juventud que, actualmente, este auto-
                    horóscopo facilita en gran medida la labor del biógrafo.
                        Cuando el hombre nace quedan grabadas en su alma la cons-
                    telación natal y la posición de las estrellas errantes, lo que deter-
                    nuna la carta astral. Pero los astros deternunan una tendencia, no
                    detem1inan estrictamente un destino:





         42         EL ASTRÓLOGO Y VISIONARIO
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