Page 66 - 13 Pitagoras
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Los miembros de la hermandad, que tenían una gran movili-
dad geográfica, disponían de contactos en las ciudades más im-
portantes del sur de Italia y Sicilia, donde se articuló una amplia
red de hospitalidad pitagórica. Los hermanos empleaban una serie
de contraseñas secretas para reconocerse a todo lo largo del
mundo antiguo, y así poder prestarse ayuda en momentos de pe-
ligro. La tradición está repleta de anécdotas sobre pitagóricos en
situaciones de necesidad que son auxiliados por otros compañe-
ros, a los que identifican con ingeniosas señales secretas.
«Como los pitagóricos a Apolo, así sacrificamos, sin comer
cosa alguna que alma tenga.»
- DióGENES LAERCIO CITANDO EL ÁLC!tfEÓN DE MNESfACO EN EL CAPITULO DEDICADO
A PITAGORAS EN SU OBRA VIDAS DE LOS FILÓSOFOS MÁS ILUSTRES.
TABÚES PITAGÓRICOS
Se ha dicho a menudo que los pitagóricos eran vegetarianos,
pero hay autores que aseguran que Pitágoras solo evitaba ciertas
partes de los animales, a saber: las entrañas, las criadillas y los
genitales, la médula ósea, los pies y la cabeza. Este punto es to-
davía hoy motivo de discusión; en todo caso, está probado que
los miembros de la secta guardaban una serie de tabúes alimen-
tarios muy estrictos por influencia de la doctrina de la inmorta-
lidad del alma.
Los tabúes alimentarios variaban según la jerarquía. Los ini-
ciados de nivel inferior podían comer todo tipo de carne, con la
única excepción de la carne de los bueyes, por su desempeño en
el arado, y de los carneros. El consumo de pescado estaba sujeto
a una reglamentación muy estricta.
El tabú alimentario pitagórico más célebre y peculiar, por lo
aparentemente arbitrario, es sin lugar a dudas la prohibición de
comer habas. Un catálogo de razones extravagantes lo justifi-
caba, vinculándolo, en suma, con la cadena de las reencarnado-
66 LA SECTA DE LOS PITAGÓRICOS