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MÁXIMAS PITAGÓRICAS
La de Pitágoras fue una edad de prestigio de la oralidad, donde la
sabiduría efímera se equiparaba con la sabiduría verdadera. Quizá
por ello el sabio de Samos «no escribió nada en absoluto, como
Sócrates», en palabras del historiador griego Plutarco (siglos I-IJ
d. C.). Sin embargo, a lo largo de los siglos diversos autores asegu-
raron que Pitágoras había fijado sus doctrinas en algunas obras
escritas. Una tradición le atribuye tres libros (sobre educación,
política y naturaleza), mientras que otra le acusa de haberlos pla-
giado de Orfeo.
Pero la leyenda más famosa es la que defiende la existencia
de un texto sagrado básico del pitagorismo, que supuestamente
contenía las enseñanzas secretas de la secta y del que se realiza-
ron algunas copias que circularon por el mundo griego al poco de
su muerte. Se trata del denominado Discurso sagrado. No hay
evidencias fiables de su existencia y lo más probable es que no
existiese. En cualquier caso, todas las descripciones del discurso
que dio el maestro al llegar a Crotona refieren que sus palabras se
consideraron divinas y causaron la adhesión incondicional de nu-
merosas personas, que pasaron a formar una hermandad compar-
tiendo todas sus posesiones.
LOS «VERSOS DE ORO»
El filósofo neoplatónico Jámblico de Calcis afirmó que, a través de Filolao de
Crotona, llegaron a manos de Platón algunos textos escritos por los pitagóri-
cos. En la presunta lista de obras destacaba el Discurso sagrado. Desde el
siglo 111 a.c. circularon unos Versos de oro que, según la leyenda, provenían del
Discurso sagrado y en los que se quería ver la huella directa del propio Pitá-
goras. Era un breve compendio en 71 hexámetros que fue canonizado como
modelo ético de comportamiento durante largo tiempo, alcanzando incluso
al Romanticismo de la mano del alemán Goethe (1749-1832). Es posible que
parte de las ideas que conforman el texto pudiera encontrarse en la secta
originaria de Pitágoras, como ocurre con todos los textos tradicionales.
68 LA SECTA DE LOS PITAGÓRICOS