Page 65 - 13 Pitagoras
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modo que un mayor conocimiento implicaba normas más estrictas
       y un estilo de vida más severo.
           Según la tradición, los iniciados atendían a las exposiciones
       del maestro desde el otro lado de una cortina que les impedía
       verle, formando un círculo exterior. Estos eran los «exotéricos»,
       pues se encontraban fuera del círculo del maestro. Los nuevos
       miembros debían superar varias pruebas de iniciación, que con-
       sistían en guardar voto de silencio y practicar una vida pura que
       incluía el vegetarianismo, el uso de ropas blancas y la meditación.
       A medida que completaban el período de prueba, conseguían atra-
       vesar la cortina e ingresar en el círculo interior. En ese momento
       pasaban a denominarse «esotéricos».
           El ingreso en la secta era un proceso muy largo que comen-
       zaba con exámenes físicos, morales y de actitud. Algunas fuentes
       señalan que el candidato entraba en un período de prueba de tres
       años y que entonces comenzaba el primer grado de iniciación: un
       voto de silencio de  cinco años.  El silencio pitagórico procedía
       también de los rituales mistéricos, la revelación de cuyos secretos
       estaba prohibida y castigada, y era una práctica preliminar al se-
       cretismo absoluto que rodeaba las enseñanzas de la secta. El voto
       de silencio y el autocontrol fueron dos disciplinas morales muy
       admiradas durante toda la Antigüedad.
           En la jerarquía pitagórica se han identificado otros dos gru-
       pos, cuya división no siempre queda clara, que recibían el nombre
       de  «administradores» y «políticos». Los primeros gestionaban la
       vivienda y el patrimonio de la comunidad, pues, al ingresar en
       la secta, los bienes del nuevo miembro se incorporaban al tesoro
       común. Por su parte, los políticos se encargaban de las relaciones
       del grupo con el exterior.
           Pero la división más extrema y clara era la que separaba a los
       miembros de la secta de la sociedad convencional. El grupo reac-
       cionaba de modo hostil frente a aquellos que lo abandonaban o
       pretendían ingresar sin ser merecedores de ello. Los desertores se
       consideraban muertos. Podían irse libremente y se les reintegraba
       lo que habían aportado a la comunidad multiplicado por dos, pero
       la hermandad les dedicaba una tumba y a partir de ese momento
       se consideraba que no existían realmente.






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