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Al otro día desperté tarde y saliendo al patio encontré que Liberato
se había marchado con su mujer y su nieto y la casa estaba cerrada
con un pasador de madera.

Liberato Crespo con Hildebrando Rodríguez
Me senté en la piedra de la noche anterior y allí rumiando mi
circunstancia y pensando en lo que me podría suceder si me
quedaba completamente solo entre las Sierras, me acordé de las
palabras de los detectives de Pueblo Bello, pensé en mis hijos y

sentí cuatro temores.
Al rato oí una voz y ví al nieto que venía por un caminito con un
zorrillo entre los brazos. Venía jugando con el animalito, abrió la
puerta y me obsequió con plátano cocinado y fríjoles verdes.
El nieto tiene unos doce años, habla idioma Idka y también
civilizado. Dice que una enfermera que vive en Donachuí le enseñó
la lengua civilizada y me pregunta si quiero ir con él para buscar a la
mamá del zorrillo que ha encontrado abandonado.
Tomamos sendero y nos encaminamos por un filo,
hablando de palomas mensajeras. Luego de un largo trecho me
señaló un árbol gigantesco que estaba caído en la montaña del
frente y me dijo: un rayo rompió ese árbol y lo desenraizó. Debajo
entre la tierra hay un gato de oro. ¿Quíere que vayamos para que

usted lo coja y se lo lleve?
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