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Me acordé del sueño de la noche anterior y le dije que yo no venía
buscando oros. Dijo, pero si todos los que vienen a la Sierra andan
buscando oros, ¿usted qué busca? Le pregunté por qué no lo cogía
él y me contestó que el oro es hijo del sol y corazón de la tierra, tiene
dueños y a ellos les está prohibido tomarlo.
Así volvimos a la casa y después del mediodía llegó Liberato de
su siembra con su mujer.
En la tarde Liberato habla conmigo sentado en las piedras del
patio mientras mambea su ayo y me mira con detección.
Dice que no entiende que los civilizados tomen el ayo que es
alimento de los antiguos, le echen químicos y lo conviertan en
veneno para sus jóvenes. Tampoco entiende que arrasen las
montañas secando las aguas para sembrar cultivos de Marihuana.
No puede comprender que los hermanos menores se odien y en
algunos casos se maten por la pasión que les despiertan los
colores. .
Le dije que yo soy hijo de esas pasiones porque en mi infancia viví
la incordia de los conservadores de Guasca contra los liberales de
Guatavita.
Le expliqué que mi padre es un conservador de Guasca que tiene el
azul de su cielo como bandera y con ella se opone a mi madre que
es liberal de Guatavita y ha hecho del sol de los venados de su
pueblo - rojo como su sangre - su otra bandera.
Dijo que los apoyos que los gobiernos envían a la Sierra, no les
llegan a las comunidades, sino que son entregados al arbitrio de los
políticos costeños quienes los desaparecen.
También agregó que los pueblos originarios merecen un mejor
trato del gobierno central porque son cuidadores del agua y la
montaña, y herederos de ricas tradiciones.
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