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Por ahora nos acostamos a dormir, tendidos sobre la tierra
alrededor del fogón. A la madrugada, cuando los rescoldos mueren
y el frío aprieta, Nolavita se pone de pie, sopla para avivar rescoldos
y al rato desayunamos con las cebollas y las arvejas y un aguacate
que recogí por el camino. Kogui deja comida para los pequeños, que
siguen dormidos. Cuando amanezca volverán caminando a su
pueblito con productos de su siembra de tierra fría.
Antes de salir y cuando me disponía a terciarme la morrala,
kogui dijo: deje que yo la lleve porque ahora tendremos que subir y
volver a subir y bajar para seguir subiendo hasta que lleguemos al
cielo. Por ahí cerca vive el Mama Juan.
Desde las tres de la madrugada en que cogimos camino
hasta las cinco en que vimos los primeros rayos de luz, caminé
detrás del kogui sin perderlo entre rocas y matorrales, caminando y
trepando sin parar hacia la cumbre portentosa que se nos
comenzaba a dibujar encima de la cabeza.
Alguna vez que le pedí detenernos un poco para reponerme,
Nolavita mambió su ayo y dijo que el Mama Juan bajó de la Sierra a
Bogotá hace sesenta años para hablar con el Presidente de esa
época y cuando regresó ya no quiso volver a recibir forasteros y se
fue a vivir a Mamairaca.
Dijo: que si yo no era gobierno, cuando llegáramos donde el
Mama, vendrían los militares a cogerme preso. Luego temeroso,
volvió a preguntar: pero si usted no es gobierno porque viene y
porqué quiere encontrar al Mama Juan ?
Kogui dijo que los civilizados que llegan a la Sierra no traen
nada bueno sino al contrario, vienen a ver qué se pueden llevar y
agrega que hace pocos días les tocó sacar con escopeta a un
español que todavía andaba buscando entierros.
Por ahí a las siete se abrió la neblina y vimos las cumbres de nieve:
picos blancos y deslumbrantes sobre tapetes de nubecillas gráciles.
A media mañana bordeamos cerca de la línea de nieve. En la altura
tropecé con un nido - de Quibichucue dijo Kogui - que su madre
abandonó volando entre graznidos.
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