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Cada uno habla públicamente de su comportamiento y confiesa
faltas y ofensas cometidas. Allí mismo reciben las palabras de los
Mamos que son pausadas y versan sobre cómo enderezar los
sentimientos, las acciones y las vidas, y también hablan de todos los
asuntos, desde la construcción de las casas, el momento de la
siembra, el control de los nacimientos, el cuidado de la naturaleza y
la importancia de hacer silencios y pagamentos.
Con la noche llegaron más koguis y hablaron y discutieron y dijeron
que soldados vendrían con esposas a llevar al forastero.
Preguntaron si no tenía miedo, alcancé a contestarles que no y me
quedé dormido.
Más tarde desperté, pero no abrí los ojos. Oí las voces y
respiré profundamente el aire caliente para confirmar que no estaba
en mi casa, dormido en mi cama sino en una hamaca que cuelga de
la kankúrua, entre muchos hombres vestidos de blanco, sentados
en banquitas, y otros en hamacas o tostando el Ayo en sus fogones.
Cuando me enderecé en la hamaca, había no menos de
cuarenta hombres y se respiraba tensión.
Escucharon atentos mientras les hablé de mi viaje y de mi pueblo.
Finalmente les dije: vengo de Yugaka, tierra arhuaca, enviado por
Liberato Crespo para ver al Mama Juan.
Ellos seguían tostando ayo y me miraban con aprensión cuando
el hijo del mama Juan dijo que estaba bien lo que había hablado.
Toda la noche hubo hombres entrando y saliendo de la kankúrua y el
fuego se mantuvo prendido, pues ellos más que dormir, velan,
mambean, conversan, duermen sentados en las banquitas, se
despiertan, avivan fuego y así hasta que amanece.
Con los primeros rayos de luz todos salen a sus viviendas y
parentelas y se desparraman por La Sierra en la atención de sus
ocupaciones.
Cuando desperté ya no había nadie y en el pueblo solo encontré una
mujer y dos niños pequeños.
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