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No había razón del Mama Juan, nadie sabía dónde estaba ni
cuándo vendría. Habíamos entrado en ese pueblito a escampar y lo
que yo quería era llegar pronto a Mamairaca, que era el pueblito
donde, según dijo el kogui del caballo, se encontraba el Mama Juan.
Pueblito Kogui.
Pensaba que un hombre con ciento catorce años que nadie
sabe dónde vive en la inmensidad de la Sierra, no tendría por qué
aparecer de un momento a otro.
En la tarde volvieron los koguis de sus faenas, estuvieron en
sus casas y entraron a la kankúrua. Intercambié con el kogui mayor,
el hijo del Mamo Juan, una plata por una mochila kogui. Cambié mi
cachucha por un sombrero kogui y más tarde dijo - bonachi dormirá
aquí y me señaló otro chinchorro.
Cuando ya se había hecho la oscuridad entró a la kankúrua un
kogui ligeramente encorvado, un hombre muy mayor y con un
gorrito blanco que no le había visto a ninguno.
Ahora estoy sentado en un banquito oyendo la voz del Mama Juan
que pregunta por mi nombre, el nombre de mis padres, después el
de mis hijos y mi mujer. Pregunta también por el nombre de mi
pueblo.
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