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Tomé al pichón en mis manos: comenzaba a plumar y al entrar en
contacto con su vida caliente y palpitante, me sentí feliz, tuve alas
y quise volar y saber volar como el águila rapaz que se cierne
sobre el valle, ser la calma y poseer el poder de la tempestad.
Como la deidad de la cumbre quise ser, que vive y sueña y sigue
viviendo sin despertar jamás. Camina entre el frío, sobre el fuego,
por entre la tempestad, sube y baja del mar a la cumbre y de la
cumbre al mar, es la ola que se agita y es la lluvia que se va.
Lancé un grito a los cuatro vientos como animal de montaña
que asustó al kogui y luego, con cuidado, volví a poner al pichón
en su nido.
Seguimos caminando y más arriba nos adentramos
en un paraje resguardado por unas rocas gigantescas donde el
viento casi no se siente.
Kogui se desterció la morrala y dijo: aquí hacer Pagamento a
Solivacan - y cuando le pregunté quién era ese señor, me
contestó: Solivacan es el padre de la montaña y más adelante
pasaremos por su casa.
Kogui se puso quieto unos minutos, dobló una hoja seca,
envolvió una semilla en mota de algodón y enterrándola
levemente entre la tierra que es la madre, hizo el Pagamento.
…. Así, caminando y caminando, a la vuelta de un filo nos
encontramos con el asombro.
Una laguna dormida al sol entre un nidal de rocas. Quedé quieto
y mudo: Kogui me miró y dijo, esta es la casa de Solivacan y aquí
vive el espíritu de la montaña. Hable pasito y no importune
porque de lo contrario, vendrán las nubes que son las hijas de
Solivacan y cubrirán el nido con su manto de neblinas.
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